Madrid está caliente. Lo dejé apenas ayer, despidiéndome entre la nieve, y me lo encuentro en primavera trágica, envuelto en llamas y cristales rotos. Esos cambios de ambiente y temperaturas nos producen amago de catarros, camuflados de peste pandémica entre mascarillas de colores. Lo único constante de este pueblo es el escenario, con su llenazo de las terrazas de público observante que mira a un ruedo surrealista.
Nieve y fuego configuran así un realismo mágico que varía entre la nostalgia y la tristeza. Mi aporte es que he llegado desde la Meseta «apasionado» y con dolor de espalda, haciendo una pausa desde el pasillo santo de los cuidadores.
Madrid está caliente y enfebrecido como yo, como lo está esta España nuestra cuando la secuestran en un ‘conflicto’. Vocablo mágico, fetiche político, que consiste en desarrollar un problema inventado para intentar explotarlo en beneficio de unos partidos políticos criminales.
En este caso, la excusa es un bufón feo, retrasado y burgués, con que se lanza a menores de edad ociosos a golpear a la policía en plan Saturday night. Inmediatamente la clase política gestiona su porción de beneficio mientras los inefables «mass mierda» se dedican a poner tertulianos a sueldo analizando la cosa. Como siempre pasa, el producto brota solo: hoy el producto estrella es la «libertad de expresión», como ayer la «libertad de decidir». Dos mentiras líricas y elegantes que sirven para embrutecer a un pueblo que, ni sabe expresarse, ni está para decidir nada. Porque el tema, la cosa, el asunto, no está en ir a la cárcel por cantar malamente, como ayer no se fue a la cárcel por votar ilegalmente. A prisión en un país civilizado se va por factores que preceden esos hechos que, por supuesto, no interesa explicarlos. No es extraño, por otra parte, porque ya sabemos que los que han teñido con saña la patria de sangre inocente, han salido tan ricamente en la negociación de los presupuestos de turno. Pero eso tampoco se dice en las tertulias, vaya.
Pero lo que sí pasa, es que cada vez hay más policías heridos y gente de orden cada vez más harta. Lo que provocará que el músculo del Estado se termine uniendo con los espíritus cansados. Y llegará el momento en que terminaremos echando a toda esta farsa con un grito de ¡Basta! Hasta entonces, a aguantar con dolores de alma y de espalda.