No es desde luego casualidad que se agolpen, cada vez más, fechas terroríficas en el antisantoral patrio. Inflación de aniversarios se acumulan para dar fe de la desintegración definitiva de este Estado ya descompuesto, cuyo hedor ya palpita en calendarios. 

No habíamos acabado de digerir los indultos cuando ayer, mañana soleada de junio, nos entra en vigor la formalización del suicidio forzado. Ambos hechos en fondo y forma son complementarios y lo que es más triste e importante, nos empiezan a dar igual. Se trata de acabar con entes a los que se capa la conciencia de vida: uno político y el otro humano. Los discursos dominantes son parecidos, en base al supuesto derecho fundamental de ruptura, como una cuestión de voluntad autoreferencial. Los discursos contrarios no importan, porque ni hay voz, aunque haya vox, ni músculo que hagan frente al paradigma omnipotente que nos domina. Y así nos encontramos que no hay ni mentalidad, ni espíritu, ni ganas para defender el ente político ni mucho menos el humano. Las voces que se oponen con firmeza no tienen fuste. No ya por su intención, sino siquiera por unas bases que están a otras cosas. Y es un problema, pues son temas que, a pesar de afectar a unas generaciones inútiles, con licencia de ser «las mejores preparadas de la historia», afectan o deberían a órdenes con una sustancia más permanente. 

En este caso, lo han adivinado, sería el Trono y el Altar, por ejemplo. Ambos entes, que recorren partes de la historia, se encuentran en nuestro país como profanadores sin fe y solo interesados en el vil metal. Se unen a la destrucción firmando lo que haya que firmar y bendiciendo lo que se les diga, pues ya no hay altares donde consagrar Algo en que no han creído nunca, ni Coronas que portar porque ya no somos símbolos de nada. Sería ingenuo sorprenderse de esta gentuza, sobre todo en España, pues tanto la monarquía borbónica como la iglesia católica han hecho siempre lo que les ha convenido vendiendo a un pueblo tan confiado como intelectualmente limitado. 

Porque El Pueblo, nosotros el Pueblo, no acabamos de espabilar ante tanto buitre con sotana y golfos envueltos en capas de armiño. La base de nuestra fe, hecha ya superstición por tantas homilías para tarados mentales, no acierta a ver la traición que obispos y reyes hacen a Dios y Patria. De los Borbones ha pasado siempre y su historia nos lleva de lo peor a lo peor; y del clero casi siempre con alguna excepción, se salvan los mártires, sean santos o no. 

Ambos estamentos presiden el palco VIP de la escoria de una España a los que deseo, simplemente, lo peor y la disolución. No por nada, sino porque lo peor para ellos será lo mejor para el despertar del pueblo español. No se confundan. Sigo siendo un católico, apostólico y romano, pero eso sí, profundamente obligado a ser anticlerical por un clero bastardo e hijoputesco y que vive en el exilio interior con la pena y desgracia de que la opción republicana en España sea descalificada por la historia y por tanto, maldita. 

En todo caso rezo por los representantes de ambos estamentos. Porque la vida, dure mucho o poco, se pasa prontísimo. Y a partir de ahí desde el Juicio de Dios, cada uno asumirá su culpa en función de su estatus. Me temo que lo pasarán muy mal. Pero bueno, esto seguro que tampoco les importa porque no han creído nunca, ni unos ni otros.

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