Ha sido el partido más raro de la selección. Con una sensación de mal rollo desde el principio, aún con ese gol de rebote inicial. Y es que Suiza es de los equipos que me sacan de quicio, no nos engañemos. Como el país mismo, claro. Soso, aburridísimo y con una limpieza exagerada del paisaje que contrasta con sus mafias locales: la banca Suiza, y la Guardia del mismo nombre.
Me he acordado esta tarde varias veces de «El tercer hombre» cuando dice Mr Welles: «En Italia, en 30 años de dominación de los Borgia no hubo más que terror, guerras y matanzas, pero surgieron Miguel Ángel, Leonardo da Vinci y el Renacimiento. En Suiza, por el contrario, tuvieron 500 años de amor, democracia y paz. ¿Y cuál fue el resultado? El reloj de cuco».
Exactamente, un equipo efectivo y coñazo, perfecto como un reloj y ñoño como un cuco cargante.
Sí, me han sacado de quicio pero no lo he pasado mal. Mis amigos lectores saben de mi devoción a la Selección. Siempre, pero sobre todo a esta última, la mejor selección que he visto. Y dicha devoción me ha creado una especie de morbo que me induce a probar el sufrimiento del resultado sin ningún tipo de miedo sea prórrogas, penaltis…
Mi confianza en el equipo de Luis Enrique es total. Nunca me había pasado. Me parece que los chicos rozan la perfección y saben competir como nunca. Cierto es que cuando se llega a los penaltis se puede ganar o no, pero incluso en tal circunstancia y después del fallo de Busquets, sabía que pasaríamos.
No sé, será intuición, demasiado fútbol o que ya estoy mayor. Maduro, quiero decir. Sea lo que sea, aquí estamos. Lo siento por los suizos, los rusos que nos abucheaban en St Petersburgo, la antiespaña derrotista que espera su oportunidad aquí dentro, los cucos, y la señora madre que custodia a todas esas sectas.
Pero aquí estamos. España y su Selección sigue. Enhorabuena.