Paseaba entre semana por la plaza mayor de mi pueblo cuando algo me sorprendió: una grúa amarilla estaba poniendo el árbol de Navidad. Me paré sin emoción alguna y tuve un choque de consciencia: no saber si lo estaban poniendo o lo estaban quitando. Fue apenas un segundo, o menos, pero me chocó el desconcierto. Naturalmente, concluí casi simultáneamente a dicho pensamiento, que lo estaban colocando.
Fue de las pocas ocasiones de mi vida en que se me acumulan los tiempos sin forzarlo. Y es que apenas ayer era Navidad, pero… mañana lo volverá a ser. El quid es que estuve a punto de tocar un «ahora» preñado de presente absoluto con ribetes navideños y patrón de marmota agotada. «El tiempo se hace cada vez más visible y la Navidad más repetitiva», pensé. El primero, en su visibilidad obscena, nos desnuda acontecimientos que antaño eran sublimes. Porque ese «antaño», está fuera del tiempo, claro. El «antañazo»que decía Umbral, pertenece solo a nuestra memoria intemporal. Ese órgano prodigioso que, bien educado, está a resguardo del tiempo, lo ha sobrepasado, vencido, haciendo del acontecimiento, mito.
Y así uno vive de mitos, si es cabal, recopilando una galería de instantes sagrados que, a modo de museo, nos forjan el alma. La inmortalidad es vencer al tiempo. No ignorarlo, sabiendo que tenemos los días contados y cada vez nos duele más la espalda y estamos más insoportables, si cabe. Sino que se trata de crear una vida, coleccionando instantes irrepetibles a los que se aspira a ensanchar. Y en ese intento de ensanche les salvamos del tiempo. Eso es lo que Nietzsche llamó el «eterno retorno» y nosotros «eternoretornismo». La capacidad de vivir cada instante con la máxima responsabilidad, consciencia y corazón sabiendo que ese momento no sólo se ha repetido, sino que se repetirá ad infinitum. Pero esto del árbol del otro día… no es de esa clase. La repetición de adornos vacíos y la aceleración de estaciones, cambios de hora… movido a base de capitalismo cutre de rebajas, es justamente lo contrario.
El mundo trata de imitar una sublimación a la que, por naturaleza, no puede llegar. La «moda» es su gran tesoro. La velocidad de un estilo hueco que hoy es calificada como «fashion», mañana será olvido. El hombre, en su finitud, debe superar al tiempo. La gran cuestión es que han agotado la Navidad, con tanta prisas y vistiéndola de neón cual casa de lenocinio. No importa, cuanto antes la destruya el mundo, antes descubriremos como es.