Los podemitas del gobierno se aburren desde que se les fue el líder. La coleta precoz y visionaria del señor iglesias está melancólicamente conservada como una reliquia de santo posmo. Su ausencia deja a sus chicas divididas entre ambiciones rubias y tontunas morenas. La última es la legislación de miradas libidinosas. Este tipo de miradas ni es nuevo en su gesto ni, desde luego, en su condena. No es más que el pecado de pensamiento católico, revisitado con su torpe e inútil represión, vía confesionario antes y sanción ahora. La mejor lanza a nuevas clases de perversión, se llama puritanismo que, desde el punto de vista moral produce sujetos frikis y desde el punto de vista práctico, sociedades pervertidas. «¡No mires a las chicas, que te condenas!» fue la táctica sotanista de unas religiones degeneradas y meapilas, provincianas y con olor a rancio de mesa camilla. Religiones que hoy, cuando ya nadie cree en nada, ocupan los partidos políticos del Leviatán.
La subversión global, que ya llega hasta la invención del género, es decir la supresión del instinto natural en favor de la manipulación de la «cultura», nos llega con estas guindas. Recuerdo amigos antiguos pertenecer a sectas católicas a los que se tenía prohibido siquiera mirar de frente a una moza. Gracias a Dios, nosotros venimos del sentido común familiar y de la antigua Compañía de Jesús escolar, que serían más herejes pero con más sentido común. Dos ámbitos que nos han separado de tanta chorrada de manías de acomplejados.
En España, entre los cánceres que hemos padecido el puritanismo religioso clerical, hoy heredado por la izquierda, ha sido fundamental. Ambas corrientes son ateas claro, la clerical y la política, aunque los primeros todavía no lo saben.
La mirada es como todo: un ejercicio de la inteligencia. Y si instintivamente el culo de hembra se lleva la primacía de las primeras visiones, es el conjunto del ser en su sensibilidad y juicio, el que levantará los ojos hacia su cruce descifrando el misterio del otro en su corazón. Prohibir las miradas, antes el clero y ahora los comunistas, revela la enfermedad de ambos estamentos y el espanto de haber estado dirigidos por tanto gilipollas.