Comenzó el 2022 inaugurando oficialmente una nueva dialéctica. Desde la consolidación de la modernidad, la única forma de que el hombre, con mayúsculas el Hombre, mueva el mundo es a partir de la creación artificial de dialécticas. Invento formidable y espantoso explicado por la inteligencia monstruosa de Hegel. Los frutos de las dialécticas clásicas, tipo burguesía-proletariado, explotador-explotado, hombre-mujer, fachas-rojos… han dado paso a esa hidra que llamamos posmodernidad.
El producto estrella de este año es el vacunado-no vacunado. Genial perfección porque funciona desde el sujeto mismo, siendo apenas empujado por un poder inoculante y sus medios orgánicos pero, a partir de una dosis de refuerzo, es el mismo sujeto el que lo defiende, mayormente porque el vacunado no tiene vuelta atrás.Así desde la pasada Navidad hemos observado actitudes bastante extrañas de gente que, lejos de dejar opinar en libertad, exige una obligatoriedad de una vacuna de por sí experimental. Austria en su tradición autoritaria lo impone, Francia amenaza desde un Macron de rabia y celo, y así se desliza hacia abajo cuando los peones empiezan a compartir mensajes que abochornan la vergüenza ajena implicando que a los no vacunados les importa el componente de la vacuna como algo así de la fórmula secreta de la Coca cola.
Obvian, que el problema de los no vacunados, no es que sean «antivacunas» o negacionistas malotes, sino que suelen ser gente preocupada por algo más sutil: las consecuencias de la inoculación a medio plazo. Consecuencias que, por supuesto, no asumen las farmacéuticas como vimos en el primer paso de investigación trasladando la responsabilidad al Estado correspondiente. Cláusula en sí vergonzosa, sospechosa y cruel que debe, digo yo, levantar las sospechas.
Pero no importa, porque como hemos dicho, no hay vuelta atrás. Cuantos más dosis de refuerzo y caducidad temprana que hagan desarrollar un tratamiento eterno a la población, mayor será la presión a los no vacunados, aunque estos estén sanísimos, lo que llegará a ser inasumible e imperdonable por las mayorías.