Ayer ganó Djokovic en Wimbledon. Lo dijimos al final del partido y lo repetimos hoy. Y soy así de cargante, porque es una victoria que sobrepasa el ámbito deportivo. No nos referimos aquí a rankings ni número de grand slams, ni cv … que no agotan una Victoria que acogemos muchos como propia. Nuestra. Muy a pesar de que nuestro héroe natural, Nadal, se retiró tras una lesión. Hubiera sido una gran final.
El deporte, como muchos ámbitos en esta etapa de la alta posmodernidad, deja de ser una actividad meramente física para hacerse cada vez más transversal en muchos más sentidos. Si antes se apoyaba sin reserva ni preguntas a un compatriota, pues la unión era básicamente territorial, ahora además se abren ligazones de carácter de comportamiento y sobre todo, ejemplar. Así, Djokovic, siendo un tipo chulo, desagradable y demás defectos que siempre advertimos al principio de su carrera, se ha convertido en un referente por algo tan clave como la defensa de la libertad individual. Labor tanto más difícil frente al invisible y dogmático Estado Globalista. Algo tan básico y cada vez tan difícil como la defensa de la salud, se hace cada vez más dificultoso. Tanto es así que el pueblo, querido pueblo, pierde el trasero y la vergüenza yendo de «legalista», defendiendo reglamentos del todo injustos que hace que una persona objetivamente sana, sea impedida en un torneo por no aceptar una vacuna como un impuesto revolucionario. Vacuna cuyo monopolio tiene un conglomerado farmacéutico y cuya responsabilidad de sus productos experimentales son trasladadas al cliente, es decir Estados nacionales. Situación que en sí es impensable pues no ha pasado nunca y que, digo yo, provoca, o debería provocar cierta desconfianza en el consumidor final.
Este sentido común, pues aquí no se habla de otra cosa, provoca un mínimo derecho de autodefensa a la salud, ahora que estamos en una época de tantos derechos. Pues no se acepta. Djokovic fue arrastrado de su proyecto profesional por una injusticia que ni siquiera fue protestada por sus compañeros. No esperamos mucho del pueblo, querido pueblo, pues se supone que la totalidad está felizmente inoculada y sea lo que sea que les hayan puesto, no sólo no van a aceptar discusión alguna, sino que lo van a defender hasta la muerte (toquemos madera) y con rabia impotente.
Pero Djokovic fue coherente, fue humillado y ganó ayer en venganza helada que celebramos como si lo hubiera hecho Nadal.
Adelante y gracias.