Llevamos un año de Divas, raza de féminas egoicas que portan un espíritu revelador con coartada de rebeldía; se hacen paso entre los medios para hacer reivindicación íntima de sablazos en sus corazones. Muestran desde la herida sentimental al rejonazo técnico, desflorandose en lágrimas de hierro y acordes modernos que cantan su despecho. 

Viene a ser como un 8M prologado y con pretensiones de show. Mucho mejor, desde luego, que los gritos que se dan en esas manifestaciones. Nuestras Divas tienen un discurso articulado como mujeres de éxito que son, cada una en su especialidad: sea esta la composición musical o expediente jurídico tienen similar estructura: ingenio, doble sentido, silencios, insinuaciones al filo de una acusación que no pasa de rumor… el mensaje al final no sé si produce más ternura que pena. 

Las quejas de muchas mujeres, si no se gestionan bien, quedan como un brindis excesivo y pesadito al sol. Cargante, que es lo peor. Si tienen motivos para quejarse, deben directamente ir a «matar», porque si no, no queda más que una retahíla de murmullos que hace más daño al propio ser que al enemigo a abatir. Decepción, por tanto de nuestras Divas por las formas adoptadas del que se dibuja un fondo demasiado, demasiado humano.

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