Desde que sucedió el fallecimiento de Rafaela Carrá, no me había llevado un shock semejante por la noticia de una pérdida. Fernando Sánchez Dragó ha fallecido hoy y todavía no acabo de asumirlo. He tardado en escribir unas letras durante todo el día, no vaya a ser que el bueno de Don Fernando no sólo no haya fallecido sino, que sería muy suyo, que le de por resucitar ahora, que tenemos resaca de ese ambiente en lunes de Pascua. 

Sí, lamentablemente Dragó ha muerto aunque nos parezca difícil imaginar una España sin su ego torrencial de energía, tanto física como intelectual. Un tipo que consumía una cantidad ingente de pastillas cuya clase las tenía explicadas, clasificadas y explicadas metódicamente en sus libros. Sostenía así una hiperactividad en todo tipo de áreas, desde la mediática hasta la íntima presumiendo de que hacía el amor, o así, todos los días y que cada jornada caían varios libros, clásicos mayormente.

Se van 80 y pico años de un hombre vecino del barrio que habito, pilarista del Pilar, comunista falso con Tamames mucho antes de que yo naciera y cuya biografía y curriculum haría palidecer a tanto pelagatos nacional que presume de haber vivido algo. Vida comparable a otro gran ego, el maestro Escohotado que nos ha hecho el telón de fondo de muchas vidas, entre las cuales me incluyo. Infinidad de trabajo periodístico y obra literaria donde su incontinente verborrea, dejaba en cada párrafo dos frases ya enmarcadas y muy bien vocalizadas. Yo lo recuerdo desde aquellos primeros debates televisivos de noche en la tele, donde nos mostraba un mundo tremendo, desde los ovnis al orientalismo, pasando por culturas desconocidas, se aparecían a mis asombrados ojos. Cómo cuando esa gloriosa noche de la borrachera de Arrabal, «Fernando estate quieto, hombre» trajo unos invitados tan borrachos como lúcidos. Porque la gente más interesante que he visto en la tele fue en los programas de Sánchez Dragó de madrugada, ya sea de presentador o colaborador. Antes de empezar a leerle fueron dichos espacios e invitados, lo que me hicieron asistir a un espectáculo fascinante al que no tenía acceso en los canales normales. Dragó era un gran comunicador, con mayúsculas y que exprimía al entrevistado posiblemente lo que quería oír él mismo e iniciar así una polémica.

Era un temperamento ácrata de un ego aplastante de masculino singular que, en el fondo, no caía bien pero los críticos no podían rebatir pues su nivel era más que insultantemente dispar. Si a eso unimos una raíz de  pensamiento reaccionario sui generis, que es el único pensamiento coherente con la realidad, se convirtió en maldito para una prensa orgánica y mediocre que prefería hacer chistes a su costa antes que debatir.

Lo he sentido enormemente. Del barrio de Salamanca a los pueblos de Soria nos une una cosmovisión libertaria y ácrata que se basa en mi admiración intelectual sorprendente, diga lo que diga. Son de esos tipos con los que, por supuesto, estaría totalmente callado para que me contase su vida que, real o inventada, no importa. Son entes donde verdades y mentiras entran dentro de un corpus donde todo merece ser real. Se le va a echar mucho de menos en esta estepa cultural donde se ha convertido España con su «pensamiento» único.

Fernando Sánchez Dragó, DEP

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