Desde que tengo uso de razón llevo escuchando eso de «la fiesta de la democracia»; pero desde que voy haciendo la digestión de eso que se llama realidad, veo que dicha fiesta es un engaño con bebida de garrafón. El cebo es hacer ver al pueblo que es rey de un día, aunque esa jornada sirva de cobertura de causa de destrozo durante años.
Engaño del que no es fácil salir, ni siquiera rebatir pues el dogma en que basa, es que es responsabilidad y derecho nuestro – lo cual tiene parte de razón no por acción sino por dejadez.
En fin, al grano: se acaba otra campaña que va a ser prólogo de una de las grandes, las generales en diciembre. Campaña que, en síntesis, viene definida por las listas autorizadas de terroristas por Bildu, una ley de alquiler que demoniza a empresas que luchan contra la «okupación», y como colofón, termina con el tradicional mercado de votos. Eso, en general porque en Madrid, seguimos aguantando el acoso inútil a la señora Ayuso sin darse cuenta que aquí todos queremos mucho a Isabel aunque yo no la vote por principios.
Todos estos factores demuestran una actitud moral descompuesta ante el cual no hay sistema que lo corrija sino, como éste, que lo produce. Que la democracia nacional está diseñada para que ganen los malos, que sus prácticas son decimonónicas y caciquiles y que este sistema en sí, produce o promueve, un cambio de valores incomprensible como es la protección de la propiedad privada…me parece evidente y muy peligroso. El problema es que, lejos de que se ose denunciar, sigue la farsa calificandose como «fiesta».
Quizá sea esa la clave. Ya lo dijo Tierno: «colóquense y lo entenderán» Sabemos que muchas generaciones, entre las cuales me incluyo, ya han subvertido el sentido de la palabra «fiesta», celebrando como auténticos zombies una danza salvaje y cansada que nos llevará hasta la autodestrucción inconsciente.
Disfruten su fiesta.