Me llama mi amiga Jackie desde Escocia para decirme que Sinead O’Connor ha fallecido. Me quedo mudo, «shocking», sin saber que decir más que «oh my God», con una especie de ese aturdimiento mental con que se reciben las noticias inesperadas.
No es que la muerte de Sinead fuera algo improbable, ya que es un personaje que llevaba en el borde del caos mucho tiempo, sino que la muerte siempre me sorprende y más siendo tan joven. Digo «tan joven», comparando con mi edad claro, pues siendo ligeramente mayor que yo, uno tiene todavía conciencia de que le queda mucha vida a pesar de ser naturalmente pesimista.
La llamada de Jackie me ha regresado a Irlanda en un instante, a nuestra isla esmeralda de hace más de una década, cuando yo no sabía pronunciar Sinead. Decía algo así como «Sidny» o cosa parecida para que me corrigieran con «Sheneid», forma más cercana a su nombre. Yo ya la conocía desde España, criatura precoz con mucho talento y voz cristalina. De tono celta, derrochaba carisma y una personalidad cada vez más escandalosa cuyo punto álgido fue la rotura en televisión americana de una foto de Juan Pablo II en el 92. Yo entonces la cogí manía pues en aquel siglo era un sabiondo meapilas, ignorante de lo que luego descubrí por las fechorías del abuso de poder de infinidad de miembros de la iglesia católica en Irlanda. Unos pocos pedófilos alarmantes amparados por una mayoría de encubridores, lo cual agrava la traición. Molestó a muchos irlandeses que, poco tiempo después, le dieron la razón. El catolicismo en Irlanda era mucho más que una religión y una fe, era una seña de identidad indeleble que con estandarte verde se luchaba con ese otro «dios» protestante y anaranjado con que se fragua la tricolor irlandesa, con franja blanca central para mantener la paz. Dios, en fin, no estaba ni aquí ni allí, pero los curas sí y eso es otro cantar.
Sinead fue evolucionando inversamente cambiando de nombres: del original Marie Bernadette pasó a ordenarse sacerdotisa hereje católica como «Madre Bernadette Mary», pasó a Magda Davitt declarándose lesbiana, para terminar convirtiéndose en Shuhada’ Sadaqat con su conversión al Islam. Como ven, una chica hiperactiva que formaba parte de una familia también muy talentosa con su hermano escritor Joseph.
Entre escándalo y escándalo dejó una estela de maridos y amantes de los cuales yo conocí mucho a John Waters, columnista del Irish Times con el que estuve a punto de escribir un libro fotográfico sobre el cementerio de Glasnevin. El tema no salió por cuestiones económicas. John duró poco con Sinead, tuvo una conversión católica muy fuerte, se dedicó a escribir libros, viene a España todos los años invitado por una asociación religiosa muy importante e incluso se presentó a las elecciones irlandesas hace unos años. A mi amiga Jackie como es muy roja, le cae como un tiro y a mí no me extraña, aunque por razones diferentes que tampoco vienen al caso
En fin, mucho tema para 56 años, una biografía intensa de una vida recalentada. Lo siento muchísimo Sinead porque los talentos sin frenos normalmente terminan mal. Sinead O’Connor DEP