Sería un ejercicio de hipocresía decir que «no esperábamos este momento». O quizá no sea más que una expresión copiada a un pueblo ignorante, borreguil, manso y acostumbrado a que le manden en público y quejarse en barra íntima. Los que llevamos viviendo cronológicamente esta degeneración del sistema político español vemos su coherencia absoluta en la destrucción del Cuerpo que promete proteger.

Sabemos que la historia de España es compleja, no les encaja ni a los Hegelianos, esos que marcan la vida como un vals. No terminan de asililar que España es un chotis, hasta que la Providencia marque un pasodoble. Es ahí donde nos da igual la generación de un imperio o una cruzada. Esa fusión entre el espíritu del mundo, la paciencia del Santo, el hastío de un pueblo pícaro y la genialidad de un grupo de compatriotas inspirados que, cuando no se ve salida, aparecen para desplegar el Espíritu Absoluto a leches.

Miren, desde la huida de Marcha Verde, ya vimos el tema. Incluso yo, que apenas había nacido, me caía de pena y rabia sin finalizar el biberón ante lo que estaba viendo para mi porvenir. Desde ahí, toda la trayectoria de este último medio siglo ha tenido una consistencia en su mediocre y efectiva maldad. Y es que el problema es y ha sido siempre… España. Una palabra bomba que les viene muy grande a sus hijos. Se vendió a la OTAN en primera instancia, se buscó enterrar en un mercado llamado Europa para que, por fin, queda disuelta en pedazos en un mundo «migrado» por debajo, estéril en su matriz y endeudado a perpetuidad por arriba. No se puede hacer más. Esta es la situación de supuesto éxito que dirigen órganos políticos mercenarios y corona extranjera hasta el desastre final.

En estos 50 años la demolición ha sido exacta y meticulosa. Mientras el pueblo se iba muriendo por heroínas, sidas, movidas, cocainas, ideologías de género (lo más grave), abortos, suicidios records, adoctrinamientos, vacunas y demás desgracias que sería interesante enumerar…Ahora llega un tiempo de pre-finale, pues los finales duran más. Ahora nos toca hacer números desde la calculadora del desencanto. No queda más que calcular lo que nos queda de vida, con quien queremos pasarla y ser frío. Muy frío.

Porque en este medio siglo me resulta extraño ya todo, tanto el Estado y su forma como el Pueblo español y su naturaleza. Las generaciones presentes son tan extrañas para mí como lo pudieran ser un alíenígena. Porque sí no se cree ya ni en el Estado ni en el Pueblo, hay que meter en cabeza algo para razonar de otra manera. Para meter siquiera una ilusión «social» porque desde luego ni somos místicos, ni tontos para dejar la vida y el talento en un proyecto hundido de por sí.

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