Se fue noviembre dejando un reguero de muertos para todos los gustos. El mes de difuntos por excelencia llega a San Andrés rebosante de luto como Dios manda.
Herminia fue una muerta anunciada, guionizada, con un pack sentimental de plañideras que lloran a una anciana virtual en nombre de aquellas que tienen en la residencia. Herminia es la abuela de marketing que cuenta a los españoles su historia como si fuera cierto y, lo que es más grave, se lo creen. Normal para un pueblo llorón, sentimental y perezoso en el pensar. La comparan con Chanquete y me parece bien. Yo no vi morir a ninguno: aquel me pilló en la costa y ésta dejé de frecuentarla tras tres temporadas allá en Dublín.
Cosa aparte es Kissinger, 100 años 100, lo que demuestra que el demonio cuida a los suyos. El Mundo exige sacrificios y su Príncipe recompensa el talento. A partir de aquí, Henry se las verá con Yahvé o, mejor dicho, creemos que no pues aunque sea tan Misericordioso todo tiene un límite. Y es que a un tipo que le dan el Nobel de la Paz es certificado de estancia en la Gehena.
Pero nuestro muerto, nuestro cadáver exquisito fue el simpar Shane Patrick Lysaght MacGowan. Palabras mayores para un irishpunk al que queremos como se quiere a un hermano enfermo. Le conocimos con los dientes deshechos, la voz rota, el corazón partido y con goteras en el hígado. Juguetes rotos, reñidos con la vida que nos llegan al corazón en Navidad.
Ha sido todo un finale de San Andrés. Yo rezo por todos ellos, lo que es lo mismo que decir que rezo por mí, pues cuando yo caiga dentro de unas pocas legislaturas, ya no habrá nadie que se le ocurra ni mucho menos el honrar ninguna memoria.