-Un momento, un momento… ¡Hay un regalo más!
Habla la Mesetaria a mi diestra. Perfil rubio y voz de mando acaba de entregar un regalo a Melchor en forma de gorra inglesa. Me pilla probandola. Paro el gesto giro la cabeza para ver una felicitación con la portada de «Holly» en su mano izquierda y un muñeco pelirrojo en su derecha.
-… este es un regalo para Loli y está basado en la novela de su hijo.
Entonces se hace un silencio de la habitación de la bodega. El segundo silencio desde que entramos dos horas antes. Los 10 comensales se encuentran comiendo aparte del mundo, en el alma de Castilla. Esperamos los postres de celebración del Rey. A mi izquierda, mi madre, a la derecha la Mesetaria. Soy cabecera de mesa, sitio privilegiado para repartir los jugadores para las siguientes horas de comida. Todos miran hacia mi sitio.
-¿Es Holly?, dice mi tía.
Murmullos de asentimiento hacen muelle al silencio: los del Núcleo esbozan media sonrisa y un gesto de poker nace desde la mitad de la mesa.
-¿Ohhh, que mona, no?
El público femenino se hace niña adoptando una muñeca de trapo tan preciosa como pensada. No falta detalle alguno. Adolescente con chupa, medias, botas, faldita escocesa, cuyos ojos verdes encauzan una cabellera pelirroja que sirve de identidad.La Mesetaria me sonríe con códigos secretos mientras se deja bañar la vanidad de halagos.
Hay un placer absoluto en las amistades, las de verdad, que otorgan la comprensión absoluta de un gesto sin decir nada. A esto se llama «Complicidad». Yo a la Mesetaria la conozco como si la hubiera parido, o sea, que no la conozco pero me creo que sí. Esa creencia me otorga la potestad de tratar con normalidad a alguien extraordinario.La hago una foto, con Holly. La miro en el móvil y veo que es la misma sonrisa.
Muchas gracias, Teresa. Holly Reyes.