Veo el cuadro e inmediatamente me provoca rechazo. Entonces voy al folio y trato de describir mis razones, pero no acierto a describir por qué no me gusta. Desde luego hay muchos motivos que nacen del instinto: el amaneramiento, la pose no viril, la confusión de que Su rostro sea el de una persona real, en fin que el Cristo es totalmente humano y ambiguo. Son todas esas cosas, pero no es suficiente. Desde luego no creo que la intención del autor sea blasfema e incluso irreverente. Quizá, concluyo, en el fondo lo que más me choca es que la imagen sea el de un Cristo resucitado.
Me gusta la pintura en general, sacra o no y he ido a algún museo por el mundo. Pues bien, la única imagen religiosa que rechazo es la Resurrección. Será porque no sabemos lo que es un hombre resucitado, salvo el detalle de las vestimentas blancas y un cuerpo del tipo “noli me tangere” como Le advirtió nuestro Señor a la Magdalena. Ni siquiera Piero della Francesca se acerca a explicar la escena.
Los sentimientos religiosos más poderosos estéticamente son el éxtasis y la Resurrección. Al primero se puede llegar desde el dibujo de un orgasmo (como hizo Bernini con su Éxtasis de Santa Teresa eligiendo un casting de prostitutas), pero al segundo no sabemos ni siquiera lo que es. La figura de la Semana Santa de Sevilla es andrógina y depilada. Al fin y al cabo de un hombre del siglo XXI, para muchos “blandengue” Fari dixit, y para los más “sin substancia”, nada que ver con el hombre “Curro Jiménez “ qué es el nuestro de los 70.
El problema aquí, quizá, es el estilo de pueblo al que se le ofrece dicho rostro y la conveniencia de hacer, de hecho, un nuevo rostro de Jesús que no había ya que hacer. Porque aquí en Castilla ese cuadro hubiera sido impensable, mayormente porque nuestra Semana Santa es de Pasión, sufrimiento, sangre y silencio policromado. Nuestra aportación al domingo de Resurrección son las mantillas blancas. Punto. Me da la impresión de que este cartel es más apropiado para un espectáculo como el andaluz, mezcla de griterío, lagrimones y vermú y sobredosis de emociones. Otra cosa, en fin.
A mí tal como está el tema, tengo que decir que me da igual. Cada vez estoy más cerca de unas escrituras que explican la prohibición de hacer imágenes de la divinidad. Cierto es que las hicimos por vocación didáctica. Allá cada cual, las imágenes pueden dirigir la devoción y me temo que ya no estamos ni siquiera en eso.