Al personal le da por hacer porno en iglesias y ligar a media tarde en el Mercadona. Entre el sacrilegio y la tontería se cobija el hombre de nuestro tiempo. Escenario humano tan impensable cuando estudiábamos, ay, apenas hace 40 años los hábitos de los personajes de la Decadencia de Roma. Nuestro tipo de hombre posmo deja en pañales a los depravados del imperio: del sexo a contranatura hecho género, un éxito, fuerza una moral inversa a niveles crecientes, entre el infantilismo y la perversión. 

Lo del Mercadona supone una culminación más de la soledad y el hastío de sujetos con espacios de nada, pero lo de la fornicación en los templos merece un capítulo aparte. Valdría decir que es un acto diabólico, lo cual es cierto, pero no se acaba de comprender ni de alcanzar sus consecuencias. Lo más fácil, aconsejo, es leer a Antonio Gramsci un genio del mal para ver cómo se gestionan estos actos. Porque para ver la motivación del supuesto placer habría que bucear mucho en el mundo del pecado.

Quedemonos en Gramsci, que es más fácil y limpio. El italiano aboga por desmitificar lo más sagrado desde el humor, es decir, la santificación de la Irreverencia haciéndola digerible para todos. A este respecto, cualquier hecho abominable para una sociedad normal pasa como menor a un pueblo embrutecido ocupado por el relleno de sus vacíos, aunque sea con heces. 

Así, cada vez más nosotros, los buenos, los de orden, los reaccionarios, estamos más atorados y ellos están en disposición de conquistarlo todo. Todo.  Cuando la Iglesia era Santa Católica y Romana, cuando era un rompeolas vertical, la puerta estrecha frente a la embestida del mundo, no había más remedio que quemar los templos reduciéndose a cenizas. Pero ahora, con una fornicación publicada en guasap y película en streaming, con silencio risible y ante el desinterés de un pueblo, no vale la advertencia somnolienta de unos infiltrados eclesiales. 

El caldo de cultivo está en su punto. Ahora, si se reproducirá nuestra guerra civil no haría falta quemar iglesias, por ejemplo. Porque los templos ya están conquistados desde las jerarquías sodomitas y las fornicaciones recientes no son más que metáforas tan visuales como carnales de un época absolutamente coherente con ella misma. Han ganado: lo muestran y demuestran. 

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