Fue la primera serie que vi. Incluso antes de Yo, Claudio, que tenía más rombos (mi audiencia sabe a qué me refiero). Fue también mi primera imagen de Inglaterra. Las primeras nociones, vagas pero potentes, de una “lucha de clases” que aún no comprendía, pero que, de algún modo, ya intuía.

Fue, sin saberlo, mi primer viaje a Inglaterra, un país que siempre me ha fascinado, como quien se deja seducir por un enemigo elegante y distante.Arriba y Abajo no es una serie cualquiera. Es una obra maestra en la que la protagonista no es una persona, sino una casa. Una mansión. Un escenario de vidas que se entrecruzan sin tocarse del todo. Un lugar donde se respira estatus, y donde cada rincón está cargado de jerarquía.

La recuerdo con especial nitidez porque volví a verla en Irlanda, después de vivir en Bristol. Entonces ya entendía muchas cosas que antes solo presentía.Jean Marsh era la criada veterana, noble y silenciosa, que al resolver la vida de los de abajo, sostenía la comodidad de los de arriba. Una pieza imprescindible en el engranaje de una sociedad entera. La historia arranca a principios del siglo XX y se detiene en el crack del 29. Entre medias, la guerra del 14, las crisis, el fin de muchas cosas. Cambia el mundo, cambian las fortunas, pero, claro, no cambian las clases.

Esa serie de los años 70 tiene una carga política, marxista, sutil y brillante, que deja pequeña a su versión más moderna, más vistosa pero infinitamente más superficial. Aquella es otra cosa: un folletín romántico para mentes anestesiadas.Jean Marsh y su equipo imaginaron algo profundo y revolucionario. Lo llevaron a la televisión y, en cierto modo, culminó en Gosford Park. Si alguien quiere entender cómo funciona el mundo —especialmente el inglés— desde la economía hasta los acentos, que vea Arriba y Abajo. Es un laboratorio humano en vertical, encerrado entre cuatro paredes, donde todo se decide desde lo más alto… o desde lo más bajo.

Esta noche volveré a ver el último capítulo. Hay una escena muda, conmovedora, en la que Jean recorre la casa vacía. Y con ella, también me despido yo.Jean Marsh, D.E.P.

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