Enterramos a Francisco y se reanudan las agendas que, por otro lado, nunca descansan.
Los entierros y velatorios son lugares interesantísimos porque, en cuestión de días, se gestionan herencias, legados, estatus, el “who’s who” que se cobija a la sombra del difunto como si fuera el palco del Bernabéu, pero de negro. Máxime cuando el papa Francisco es más querido por los “medios” que por los católicos (a éstos, si lo son, se les llama “ultracatólicos”).
Si hacemos caso a La Sexta, se le canonizaría de forma inmediata bajo el amparo de unos tertulianos ateos que darían fe —qué cosas— de una supuesta “aclamación popular”.
Así fue con Juan XXIII, por ejemplo. Milagros no hizo muchos, pero fue salir con una sonrisa lela e inmediatamente portar el apelativo del “papa bueno”, que le hizo alcanzar el cielo que la matrix le tenía preparado. No fue así el proceso con Pablo VI, que era más serio, pero le sirvió el pasaporte del Concilio para auparse al mismo cielo, a pesar de haber escrito Humanae Vitae, el único escrito católico que casi le cuesta la gloria mundana.
Y es que el Concilio, el mítico Concilio, a la vez que ha destrozado el catolicismo, sirve para asegurar la salvación de unos papas que se canonizan «por si acaso». Todos, menos —surprise, surprise— Ratzinger.
A este no le hace santo el mundo, de lo cual me alegro, y me reafirma en la próxima Iglesia, pues aseguro que ya está más arriba que eso. Y es que el Espíritu Santo ha sido tan manipulado que no sabemos dónde está: según los obispos alemanes, en la democracia popular; según la Conferencia Episcopal Española, en el consenso; según los del Estado Vaticano, en las mesas camillas de la sinodalidad; según los medios, está en sus redacciones; según el mundo, en la Agenda 2030… La versión clásica, de toda la vida, es que está en los cardenales… elegidos en su mayoría por Bergoglio. Quizá en los obispos, elegidos… por un masón, como nos advirtió el padre Murr.
Lo que sospechamos los católicos fieles es que la Verdad existe y que se contiene en Jesús, dando luz al Camino y a la Vida. Y sabemos que sin Él no podemos hacer nada.
Por tanto, sigamos a los verdaderos santos y abandonemos conscientemente a este mundo, hoguera de vanidades y marketing.