“No veo la televisión desde hace veinte años, ya sólo rezo y escucho Radio María”
Fue por estas fechas, hace cinco años, cuando el actor Lino Banfi, en una carta remitida al “Corriere della Sera” comentaba la situación en que se encontraba su amiga y compañera Laura Antonelli. La Diva habitaba el olvido con una pensión mínima y le invitaba a su casa mostrándole un frigorífico cuyos alimentos llegaban de la caridad de la parroquia.
Décadas atrás de este testimonio reside la etapa de gloria de otro juguete roto: la musa del cine erótico italiano de los 70. Fue en esas décadas del último tercio de un siglo que reafirmaba libertad y liberaciones sexuales bajo las banderas de “–ismos” y al que solo intelectuales valientes como Passolini denunciaron lo que realmente encubrían.
Laura tuvo su gran momento haciendo un erotismo de rostro angelical y cuerpo insinuante de lencerías que, entre claroscuros de cruce de piernas y ligueros, abría las cajas de Pandora de las imaginaciones calenturientas de la época. Rol de iniciadora ante miradas adolescentes cuando se va cambiando el platonismo por la carne en estilo muy diferente al mezzogiorno ardiente de las Loren y Cardinale en su exceso de cuerpos barrocos y carcajada de barrio. El mercado elije arquetipos y Laura cumplió el suyo para quedarse ahí. Sucede que si las jóvenes actrices que así comienzan no vuelan mas, quedan atrapadas en esa antesala a la nada, pasto de vividores y mercaderes que hablan de Hollywood haciendo producciones rápidas y baratas mientras desguazan la virginidad estética de las promesas.
A este punto siempre me acuerdo con cariño y pena de María Schneider, otra de los 70 en rol más del norte de Europa haciendo y viviendo de liberada-progre. Consiguió el éxito y la ruina personal en una obra tan magistral como mal entendida en “El último tango en París”. Juguetes rotos, ambos, por ignorancia y lobos que las rodean de promesas y drogas hasta dejarlas caer de golpe y levantarse solas un día viendo un rostro deshabitado de virginidad y vida. Entonces comienzan a abrirse puertas de cirujanos plásticos mientras se van cerrando las de la gloria entre verdades de madrugada que llegan entre temblores.
En todo caso, creo La Antonelli ha encontrado la muerte mejor preparada que la Schneider. Veinte años de reclusión y rezos purgan el alma por adelantado. Rezo por ti, preciosa, pero intuyo por tu testimonio que ya estás arriba, radiante y pura, mostrando, por fin, esa luz angelical de un rostro sublime que el mundo oscureció reduciéndolo a nada.
In memoriam
Requiem æternam dona ea Domine et lux perpetua luceat ea.
Pater noster…
Requiscat in pace.
Amen.
Estupendo artículo.