La primera vez me que me encontré con las tres “Hermanas” fue en la introducción a un programa de «La clave». Era en esos tiempos, ya olvidados, donde la televisión en los viernes noche mostraba programas inteligentes y se veían en familia, esa institución ya desaparecida. La imagen de las tres Señoras, hechizando una figura hecha de maldiciones cocidas en calderos, me hipnotizó desde el inicio. Yo pensaba que era una película de terror, no conocía mucho aun a Shakespeare ni a Orson Welles y fue la gran iniciación a dos genios que nunca he dejado de seguir.
Ayer, me reencontré de nuevo con el mundo mis brujas. Dejaba atrás un callejón Doré a 46 grados y en pocos minutos bajé a la temperatura de una Escocia pintada en el lienzo del cine. Esa Escocia es un decorado de cuatro piedras, mucha niebla, no más de cien lanzas y un bosque imaginario de ramas taladas. Suficiente, para un genio que en ese espacio es capaz de desarrollar un mundo que gira en torno al poder y sus miserias.
Comienza el frío en el cine y el mundo se verticaliza en piedras, lanzas y cruces, teñidos por el claroscuro tremendista de rostros curtidos. Es teatro filmado, el escenario está puesto a disposición de los rostros, ese es el verdadero paisaje. Los rostros de las tres Señoras que no vemos, delineadas en perfiles de verdad maldita, dan paso a caras en que va brillando la ambición, esculpidas de esa enfermedad llamada Poder. Aparece entonces una de mis heroínas, Lady Macbeth, la sublimación de un sexo estéril para descubrirse en serpiente, Eva y la serpiente en el mismo cuerpo, generador de imperio y abortado de vida. Está su maldad rodeada de una corte que se santigua al ritmo de un sacerdote guerrero, entre sombras de cruces celtas y lanzas con cabezas decapitadas.
Una sinfonía de muertes al anochecer se desarrolla entre sudores de vino y un insomnio de arrepentimientos, de culpa. La ciudad de piedras está maldita y la luz ha emigrado a los bosques, al bosque profetizado para crecer en movimiento y engendrar, gran metáfora, a aquel vengador que no ha nacido de mujer, como avisan las hermanas. Los no nacidos de mujer portamos la justicia, gran acierto de Shakespeare anticipándose a la marea de cesáreas posmodernas, negocio del nuevo lobby de las batas blancas que facturan operaciones por partos.
Y llega la justicia a medianoche y se rompe la profecía en una torre de sangre asombrada, y las lanzas brillan y los vítores vuelven. Malcolm es el rey y las brujas, al fondo del destino saludan con su mirada invisible y fija hacia un auditorio que aplaude.
Excelentes la obra y el artículo que la comenta.
¿Por qué no volverá «La clave»?