…es de dos hermanas mayores… de un día para otro, ya ves. En fin, ahora seguro que ponen una tienda de ropa o algo parecido…, ¡y fuera¡ Tienen todo el edificio, mantendrán la fachada y se acabó.
Mi compadre Miguel me lo explica mientras coloca un plato de aceitunas en la barra. Sabe la historia y siente lo que ha pasado. No en vano reina sobre uno de los, cada vez menos. templos tabernarios que quedan en Madrid. Y es que las tascas, tabernas, cafés… donde se concentraba toda la espiritualidad inmanente del viejo Madrid se van condenando hacia purgatorios de moda y, especialmente, este mes ha sido letal.
…y no solo el Comercial, el Chamizo y Rivas han ido fuera también, es increíble, todo en escasos días.
Miguel va y viene en su camino corto de una barra rodeada por la historia en botellas de polvo y malla nacional con etiquetas del color de los mapas antiguos con tesoros, retazos de pergaminos, mientras aclara los vasos en la pila antigua. Es el suyo un rincón resistente, una trinchera a la moda donde me reconocía en hogar desde el primer día. Somos hombres de ritos: nos damos la mano al principio y al final de la estancia donde caben al menos 3 cañas – penúltima de invitación incluida – muchas tapas y, entre medias, una conversación que abarca todos los matices vitales.
…el problema es que el fundador hace el imperio, los hijos – si son educados – lo siguen y al final los nietos pasan de todo.
Miguel va y viene en su caminar sirviéndome cañas y sabiduría sin retórica en un discurso de sentido común y lucidez.
He llegado hasta aquí en mi caminar diario de julio desde Sagasta pasando por Bilbao, donde una hilera de corazones cuelgan en el Café Comercial. Fotografío a curiosos y observadores acercarse al recinto, ya tan cerrado, entre selfis, fotografías y carteles con declaraciones de amor. Yo lo visité bastante, en mi vida de paso entre Dublín y Castilla La Vieja, haciendo de los mármoles, altares donde comenzaba a diseccionar cuestiones sentimentales con mi destino de ojos negros. Los espejos duplicaban a jóvenes artistas de editoriales mínimas leyendo poesía experimental, solitarios con libros y café cortado y, enseguida, me pareció más puro que mi mítico Gijón. En el sentido de más asequible y menos intimidatorio, donde uno escribía más suelto que en el Gijón donde, ya el hecho se sacar la libreta, te exigía escribir frases maestras ante la mirada de Umbral y todo el Olimpo que cuelga en las paredes.
La penúltima caña ya llega cuando un feligrés se une a nuestro luto:
El problema, creo, es que el Madrid típico se acaba porque no se adapta… quizá, no sé. Los abuelos que piden un café y les dura toda la mañana no son rentables. Todo cambia en la clientela y si viene un chino y te ofrece una fortuna, la melancolía se va y punto, a ver si me entiende, yo que sé…
Asentimos con tristeza entre una nueva tapa de patas fritas y todo es un canto a lo que queda. Yo comulgo la melancolía en templos clásicos, todo pre-moderno como me dijo un amigo snob, liberal y palizas.
Termino mi penúltima y doy la mano a mi hermano Miguel, con fuerza, diciendo: pero tú resiste como sea, eres el último héroe.
Magnífico, como era de esperar. En el saber resistir está la victoria, Almirante. Un abrazo.
Diego López Ordóñez [email protected]