“Caro amico ti scrivo così mi distraggo un po’ e siccome sei molto lontano più forte ti scriverò” Lucio Dalla
In Memoriam a A.O.
Carissima Arianna,
te escribo esta carta para decirte que volví a Roma. Después de tanto tiempo y sin haber tirado nunca una mísera moneda a la Fontana, comenzaba a pensar que nunca mas volvería. Sin embargo, por estas cosas del destino y de la vida, me embarqué hace unas jornadas y casi por casualidad en la Terminal 2 de Madrid. Fue en una nueva aventura con un amigo y doce sujetos que no conocía con destino a Fiumicino.
Estuvo bien.Tras unos días intensos me encuentro ahora buscando la sombra mientras esbozo un borrador en el Vittoriano envuelto en sudor y recuerdos. Ya sabes que no soy persona de viajes en grupo, que la gente está bien para unas horas y unas charlas hasta que de pronto me agobio. Sin embargo esta vez fue muy diferente y me encontré extrañamente a gusto. Fíjate que incluso no tuve que mentir para escabullirme y darme espacio con la excusa de inventarme citas con personajes inexistentes.
Hoy, el último día, me quedé solo porque tenía una audiencia con Ratzinger. Mientras caminaba hacia San Pedro esta mañana me acordé de Wojtyla en el 94 cuando, atravesando el interior del Colosseo entre antorchas y devoción de peregrinos españoles (sólo había españoles), resonaban los ecos de la voz potente del anciano rugiendo el “non abbiate paura”, ti ricordi? Ese grito apasionado aludiendo a la Cruz nos despertó en un acorde arrebatándonos de ese espacio idealístico que desafinaba entre una “Locomotiva” soviet que ya descarrilada y un Angelus mal entendido. Eran tiempos lejanos, mia cara, nuestros nuevos tiempos de iniciación a la vida en un teatro de contrastes, donde, apenas abandonado el útero sabido de la provincia, nos encontrarnos en el mundo para descubrirnos así como éramos, “the-way-we-were”; donde tras bajar el telón del porvenir declamábamos ilusiones en un escenario efervescente entre el cielo y el suelo. Fueron tiempos de parto interior, como las impresionantes esculturas de Miguel Ángel en Florencia que quieren brotar con ansia entre la piedra para darse forma y empezar a parecerse por fin a sí mismos. Porque Roma fue eso, un parto en la ciudad de extremos donde el pecado y la virtud visten a la moda y todo está exagerado en un paisaje que contiene tanto prohombres de púrpura vaticana y móvil como la lepra ficticia y temblorosa de unos pobres que no lo son. Y todo en una cinecittá de palacios, gloria, mangantes y calles empedradas.
Y hoy, con la distancia y ojos mas pulidos, veo que Roma sigue siendo el Gran Teatro que resume el mundo, cara Arianna, donde los romanos de birra y camiseta se siguen disfrazando de Romanos con túnica imperial mientras engatusan con las manos declinando el dialecto con singular destreza: “maa da gueee…” y el campo de juego sigue descascarillado entre las ruinas, cables, las piedras agujereadas y los charcos inmensos que dejan las lluvias en sus vías irregulares.
He caminado mucho entre esas vías que se me habían borrado. Sólo los ángulos me resultaban ya familiares. Ya sabes que no me oriento y me he acostumbrado a ver el mundo desde grandes angulares y primeros planos, dejándome tambalear por intuición.
Comí hoy en la Navona. En compañía de mis fantasmas mientras brindaba con el león que se acerca escéptico a la fuente. Entre él y yo había un desfile de turistas, monjas, marineros y Carabinieri que posaban despreocupados hasta dejarme por fin un claro que me permitió fijar la vista en la iglesia para recordar la primera vez que te vi en Navidades, ti ricordi? En aquel mercado de “panetones”, bohemios, carteristas y luces felinianas tu hiciste la aparición a los pies de la iglesia mostrando tus ojos adornados con raya etrusca y prolongada que acunaba un estrabismo que traspasaba áureas. Me declaré ferviente admirador y confesé mi debilidad por la “mirada estrábica” mientras tu te reías de mis metáforas.
La vida marcó sentencia demasiado pronto y del surrealismo infantil pasamos al neorrealismo en un instante. En pleno esplendor en la hierba aprendimos, en un día, las leyes de la creación, en esa jornada dónde, “lunga e diritta”, la carretera se te hizo ancha para obviar Nápoles y buscarte un atajo al Cielo.
Entonces desperté, despertamos todos y el mundo se cerró en si mismo de nuevo.
Ayer pasando por San Giovanni miré de reojo a la Appia Nuova pero volví la vista rápido. Quería volver sólo mas tarde. Sólo sin cámaras, con mariposas en el abdomen y nudos en la garganta. Pero no lo hice porque no pude.
Por eso ahora acabo de poner una flor y una plegaria en la tumba aquella de Santa Maria in Ara Coeli que tanto nos gustaba, la de las manos. En esa iglesia maravillosa con lámparas bordeando el altar para dar un ambiente de liturgia y ópera.
Me voy en unas horas porque empieza a llover. Hay una tormenta seca dentro y fuera de mi piel que va a empezar a reventar. El cielo está oscuro y las tormentas en Roma son escandalosas.
Tuo,
JM
PD – Me hubiera gustado dar recuerdos a los gatos pero en todos estos días no he visto ninguno.