La primera vez que oí reír como una niña a mi madre, sin estar pendiente de mis gracias, fue en unas Navidades de reposo a media tarde. Miraba absorta el televisor donde una actriz provocaba hilaridad de risas. Era Lina Morgan, un carácter que, entre muecas de gestos y piernas en movimiento imposible, rotaba asombrando tanto a compañeros de reparto como a un público entregado. Era un solo de Diva con pies torcidos que danzaba entre expresiones y gracias y se interpretaba en un escenario que hacía exclusivo para ella.
Cuando llegué a LosMadriles, una de las primeras visitas fue al teatro de La Latina, mítico lugar sito en una de las zonas de mi Madrid querido y tan pisado, rodeado de un casticismo que refleja la personalidad de la Morgan. María de los Ángeles era una mujer de aquí. Hija de sastre y madre de hogar, hermana de familia entera, se abrió camino desde el barrio hacia un Olimpo de vedettes, revistas, cines y teatros con el que triunfó desde un valor tan fácil de vocalizar como extremadamente complejo de conseguir: la comunicación.
Porque Lina era sobre todo era una comunicadora. Un genio empático y currante de metro sesenta que a lo largo de su vida se fue agigantando en un personaje que era fiel reflejo de una España normal y sana. Un espíritu sin físico ‘como se quedan los cuerpos jamía’ que poseía la expresión en los ojos, nunca tanto espejos del alma, y en un decir castizo con el que desarrolló un humor ‘blanco’ provocando la risotada amplia y limpia que liberaba a una audiencia tan acostumbrada a lo soez de lo que se muestra a cada hora. Lina en su carrera se fue haciendo a si misma a través de reflejar el sentir de una época y de un pueblo. Pasó con éxito por todos los ámbitos interpretando una visión desde ese milagro del dar y ofrecer risas.
Hay gente que no puede ser mala, se ve en la cara y en la mirada. Mi madre reía en clave de niña y yo descubrí la limpieza del arte en una payasa – palabra sacra por malentendida en este mundo tan amargado como hipócrita – donde los cómicos blancos que esconden penas profundas trabajaban para ayudarse a sí mismos y a su público a enseñar ese arte que se llama Vida.
Gracias, Lina, guapa. Gracias por Vivir.