ANITA EKBERG RIP
Se rasgó la niebla al anochecer, apenas unos segundos, para mostrar a Anita difuminarse entre unas calles solitarias de pingüinos. Sorprendido, la saludo descubriéndome, mientras corro al doblar la esquina para verla. Según me acerco, se va cerrando un telón de algodón al cruzar las columnas del Calderón.
Me veo entonces como ahora, con otra boina, en paseo dominical, como éste, por una Fontana ya solitaria sin lanzadores de monedas. En aquellas horas sin tiempo en que me paraba a imaginar la escena cumbre, casi viviéndola.
Anita y Marcello en el agua, dos dioses canallas de la ciudad más canalla, cobijando su decadencia glamurosa entre un escenario descascarillado de edificios dejados de la mano de la gloria y del destino. Yo ya vendría, seguramente, de estudiar a Federico, paseando por Piazza Navona. Agonizaba el siglo XX y comenzaba a buscarme entre bohemios, mercados y cafeterías, donde las mujeres paseaban entre risas y taconazos enmarcadas por un rimmel donde no se ponía el sol.
Roma tenía los colores de la Italia de A-Ma-Rcord, ciudad iniciática en tecnicolor. Pero mi camino hacia la fontana se hacía en blanco y negro, estilo Martini, con su esencia chick que perfumaba el movimiento desde la Via Vittorio Veneto.
Allí estaba Anita, paganismo voluptuoso de los nortes bárbaros, era el barroco inmanente que estalla en sí mismo sin infinito. El mito de la Sueca, que tan contentos recibiríamos en la España estabilizada con nuevos nacionales desarrollistas que empezaban a estirarse y a perder memoria.
Sale el sol y Anita está tumbada en la Costa Azul, tomando el sol, entre el atónito Rainiero ,’ma chi é quel vulcano? y l’avvocato Agnelli, eterno re d’Italia, ultimo gatopardo del Norte, creador de la ciudad por estamentos donde se fundó Italia y se importó el eurocomunismo tipo Gramsci.
Llega el otoño entre épocas, Anita y Marcello, bailan con música sepia recordando la gloria de un crepúsculo de los dioses a la europea creados por Fellini. En mi año de risorgimento Federico murió y todos los autobuses portaban la tricolor y emblemas de luto por la mañana.
Rezo una plegaria y salgo a la calle, en un presente absoluto de niebla en una ciudad con exilio de pingüinos mientras una cabellera rubia se extingue entre las columnas del Olimpo.