La primera lección que me dieron de inglés es que el verbo “to be” significa ser y estar. Identificación tremendamente simplista por pragmática para dos verbos tan diferentes. Más adelante, con la práctica, aprendí que la lengua ofrece más posibilidades para demarcar tales diferencias.
Viene esta reflexión hoy, en tiempos de guerra, donde la primera víctima ya tan rematada es la lengua y su perversión, para clarificar diversos aspectos para lo que se avecina. Esto del “ser” otro se descubrió en gran pantalla con el gran “Espartaco” de Kubrick y, en España se puso de moda mediática con un tal Rubianes, muy distinto al protagonista anterior, por cierto. Actualmente llevamos dos días donde la calle se ha llenado de nuevos confirmantes que se llaman “Charlie” por los terribles matanzas yihadistas en la ciudad de la Luz.
Entre estos episodios, en un país ensangrentado durante las últimas décadas desde diferentes versiones del terrorismo, esta identificación no se ha producido nunca con las miles de víctimas que hemos enterrado. Bien al contrario, todas las “identidades” se han acorazado en egos de hierro, en una ambigüedad de silencio que hizo que la identificación con la víctima sea, cuanto menos, ambigua. De igual manera, todas las matanzas diarias de cristianos en oriente, que alcanzaron algún impacto mediático el año pasado tampoco han producido esta ruptura del ego para identificarse con la víctima.
Lo que ha pasado en París ha abierto la caja expansiva de Pandora en mas niveles de los que parece, hasta golpear el viejo corazón, ya tan infartado, de Europa y las reacciones son para objeto de estudio sociológico. Veamos:
En un plano general hay un acuerdo amplio en la condena a los atentados “por sí”, con dos excepciones: la izquierda terrorista organizada y los individuos kamikazes ácratas del tuit. Ambas corrientes justifican la agresión de forma elíptica – o eufemísticamente la entienden – desde la justificación formal de que Occidente es el causante por opresor y por golpear primero y más.
Bajando a la segunda onda y centrándonos ya en los que condenan, aparecen en mi opinión dos vertientes, la del “ser” o “estar”. Ambas tienen en común la repulsa sin matices del atentado por el factor violento, sin duda, pero hay diferencias de principios.
Los primeros, abanderados por la efectiva campaña “Je suis Charlie” se adhieren sin fisuras a un mensaje bordado por una gran idea: esto es un ataque a la libertad de expresión. Se podrá discutir el factor islamista en diversos grados, pero la base es, en el fondo y forma, una defensa de la libertad por la libertad.
Por otro lado, nos encontramos con el “estar”, con quien yo me identifico. Estamos profundamente con las víctimas de Charlie y con todas aquellas que han sufrido la amenaza terrorista, por principio. De igual forma estamos en contra de la invasión que se está produciendo en Europa desde frentes yihadistas con el afán de imponer su cultura de forma violenta. Sin olvidar, que estamos en contra de los europeos que consienten esta invasión por diversos fines, mayormente económicos, permitiendo la progresiva degradación de diversos factores culturales europeos que allanan esta invasión. Y, finalmente, y quizá sea el tema más importante, estamos en contra de considerar a la blasfemia como libertad de expresión y llamar humor a lo que es un mero insulto. Esta última razón, considero sea la más importante de lo que está pasando, por el embrutecimiento moral que afecta a las raíces de la civilización utilizando el caballo de Troya del “humor”, cuando no es más que una agresión.
Por esas razones, me niego totalmente a ser Charlie, estando con las víctimas en mi corazón y oraciones.
Me quedo con Rimbaud en homenaje a Francia y Occidente entonando “Je est un autre”.