Cada año hace más frío y hay menos gente. Quizá soy yo, no lo sé, en todo caso me lo parece. En enero sigo el rito, uno de los que ha marcado mi vida en Madrid, incluso antes de que viniera a caer definitivamente aquí. Está oscuro, más que nunca, quizá también soy yo, no sé, me pongo las gafas por si acaso cuando paseo por Príncipe de Vergara en este miércoles. Me acompaña la melodía ronca de helicópteros azules perdidos en el limbo y veo alguna luz policial parpadeante en mi destino.
Los Jardines de Gregorio Ordóñez acogen un bulto de humanos que se van acercando. Los focos iluminan un atril de oradores protegido por las banderas de España y San Sebastián. Antes, en otros años que parecen prehistoria, hubiera llegado con antelación, colocándome a la izquierda de los oradores, hubiera escogido ángulos desde todos los puntos, me hubiera movido entre posiciones para que la cámara me guiara. Sin embargo hoy, miércoles prematuro de cenizas, ni siquiera saco la Olympus.
Camino invisible hasta hacerme bulto en las sombras de pueblo entre más pueblo y espero, no saludo a nadie, y espero. Llega el poder de los prohombres femeninos, caras de siempre, presentaciones, protocolo, discursos breves. Se glosa al hombre, al político, su valentía repetida en oratoria, libertad, enemigos de España, ejemplo, el mejor de todos… desconecto enseguida de la plática sabida y encuadro mi pensar y mi rabia en una oración que me va ordenando el corazón. Se acaba y se aplaude, se saludan. Esquivo todo siguiendo un peregrinaje invisible hacia el monumento, la corona puesta. Durará unas semanas hasta que alguna lluvia, viento, algo, vaya desalojándola entre hojas sin barrer, porque en Madrid ya no se barre.
Los medios, cada vez más escasos, o lo veo así, se van yendo a las redacciones para escribir su nota becaria mientras salgo haciendo un camino inverso. Siento frío desapacible en mi ruta hacia otra luz. La Iglesia de la Concepción, faro espiritual del Barrio y la ciudad, guía con sus ángeles blancos en danza entre los helicópteros y yo. Paro en Nebraska para seguir orando con café cortado, cuerpo y alma ya a punto entre butacas rojas y barra infinita. De reojo veo que los guardaespaldas han llegado, el poder sube las escaleras del templo y me voy acercando. La foto de Gregorio preside la entrada ofreciendo una energía de tipo noble, la miro, me mira y espero que me vea. Desde los últimos bancos veo pasar fieles hacia el altar y me siento. Saco mi Misterio y me concentro en la foto. La iglesia ofrece un recogimiento natural, apenas oigo la homilía, ensimismado en mis Voluntas Tua y la Gratia Plena. La foto del mártir me calma y pido, no por él sino por mí a través de él. La comunión de los Santos se hace cada vez más necesaria, únicos seres realmente vivos en este parque de muertos de miércoles en Madrid.
Salgo despacio hasta Serrano. Hace mejor, por lo menos no siento frío, la temperatura ha cambiado y sé que es interior. La cara de este hombre me sigue mirando, exigiendo y animando mientras pienso qué haríamos nosotros sin los santos. Gracias Gregorio.
Gregorio Ordóñez DEP
Magnífica y emotiva crónica-oración de un español de bien a otro español de bien caído bajo las balas del terror que hoy se enseñorea del Ayuntamiento en el que fuera edil el caído.
Gracias, Almirante, por recordarnos a Gregorio Ordóñez.
R.I.P.