Podía haber sido el mejor presidente, no me cabe duda. Estaba listo y lanzado, como un pincel. Pero se cruzaron 200 muertos en la estación y cambiaron los tranvías de la historia. Se frenó a destiempo y la España que podría haber sido se quedó humeante en Atocha. Tras dos legislaturas de limpieza, corrección presupuestaria y giro geoestratégico, la partida iba a cambiar sin saberlo. Mariano Rajoy era el elegido para continuar la senda, pero el destino le hizo esperar en el andén.
Posaba con planta de político inglés de Galicia, buen regateador de salón y político en gris, era el delfín para un estirón nacional tras liberar el lastre del PSOE. Pero no pudo ser. Un atentado de manufactura inteligente se diseñó para cambar todo sin que nada cambiara. Rajoy se quedó entonces con el molde… y no supo improvisar. Llegó entonces al Poder la utopía de sonrisa on the rocks para abrir la Caja de Pandora hispana y derrochar todo un superávit en la fiesta.
Al principio, Mariano reaccionó un poco: en volandas le llevaron a las calles y, durante unos años que ya parecen espejismos, se abrazó de víctimas y fetos malheridos, gritó en las plazas y se vistió de chico de calle mostrando gestos que le hacían humano. Espejismo fue, lo vimos rápido, cuando los siguientes cuatro años se volvió a su despacho de registrador de provincias a callar y leer el Marca, en un silencio que hacía eco con la sempiterna decadencia socialista de ruina y escándalos, como siempre, en fin. Mariano sabía que al PSOE con dejarle hacer siempre se termina auto destruyendo y por tanto esperó su oportunidad fumando un puro, en tacticismo de despacho mudo –alabado con calificativos de “estadista” los gilipollas de siempre – Entonces la prima de riesgo se chuleaba por las tabernas de LosMadriles… y llegó su hora, ocho años más tarde. Mariano sonreía en Génovas triunfales a lo Giocondo cuando, sin desgaste alguno, se le dio una mayoría absoluta para que demostrase el talento. El pueblo sabía que ahora era la última oportunidad para un país deshecho, humillado, embrutecido que se rindió para pedir que alguien le devolviese la dignidad.
Pero entonces, con el sueño, empezó la pesadilla.
Mariano ocupó Moncloa y delegó en Alemania recetas y consejos mientras olvidaba – promesas ignoradas de antaño – eso que se llama Política. Los mártires del terrorismo y no deseados, se enterraron en silencio. Desde el cáncer territorial se desmanteló la fuerza en Cataluña con un botox de diseño y se creó una pijería vascongada y guay. Sus gabinetes se rodearon de monadas marxistas sin saberlo, que rescataban voces enemigas de medios crueles mientras sólo se era eficiente en destrozar a su electorado… y todo esto por ser Contable Mayor del Reino, auditor infiltrado de una Europa interesada sin ninguna idea de estado propio. Cuatro años de farsa, del todo a la nada, para terminar arrastrándose, hombre de traje gris, escondido tras las faldas de sus “vices” y los plasmas de las mátrix y terminar odiado por los suyos en un polvorín de sobres sin control.
Mariano pudo haber sido el mejor, no lo dudo, pero terminó siendo lo peor. Todo o nada por no saber interpretar el juego, ni querer intentarlo, ni poder jugarlo. El talento sin valor es cáscara autista de corazón seco que se nutre de tácticas defensivas del no-hacer, dejando que el destino te lo ponga en bandeja de plata… Pero eso sólo pasa una vez, chaval. Mal jugado, Mariano, te dejamos una bandeja de esperanza que va a recoger una cabeza sin más corazón que los número primos. Una biografía de traje gris mimetizada en un país destrozado. Todo y Nada.
Magistral, Almirante.
Suscribo.