La Cuaresma y el Cosmos nos han regalado un día de excepción literal y material. Una fecha imposible marca calendarios dejándose recibir merecida y con celo. Día entre días, prorroga feliz de un mes nacido muerto para retoñarse protagonista en jornada exhibicionista de excepción.
Sin embargo los plasmas de la cosa siguen su combate a piñón fijo, manufacturando la decadencia en espectáculo. Haciendo de las crónicas de muertes anunciadas, nuevos shows que omiten liberación de asesinos. Pero ese mundo ya no nos interesa. Hoy no, al menos.
Hemos recibido esta jornada de manos de una Natura con mano fría en la mañana y sol al mediodía. Amanecimos entre sueños, anhelando este paréntesis para salir desde las sábanas a vivirnos a las calles. Castilla se dejaba pasear entre una neblina de mujeres en silencio de lunes que oran por sus hijos camino a San Nicolás. Me uno al coro en éste paseo tranquilo, de cauce solitario donde el eco de las pisadas da música a una sinfonía interior Fiat Voluntas Tua. Caminamos así en trance hacia Trinidad, plaza vieja de biblioteca e iglesias conjuntas. Un exceso de piedra se nos abre desde maderos con llamadores para expulsar la plegaria atragantada. San Nicolás espera paciente su visita en espiral de capillas donde desahogamos la pasión en cada imagen. Las mujeres, en peregrinación perpetua desde Eva, bailan el corazón dejándose hacer por la inspiración del amor, el recuerdo y la pena. Paseo interno, desde la pila bautismal al altar, entre santos sin elegir pero que nos eligen.
A la salida del templo, tras el sol, espera un pardo tabernario donde el vermut de españoles viejos canta trovas de glorias perdidas y saluda eterno y con gorra como si nos hubiéramos conocido ayer. Hombres y mujeres de Castilla rezan así en coros concéntricos y compatibles para recordar la música de una romería que hace de la tarde roscos de Pascua, familia en chimenea y fuego, anises de yemas que se emborrachan a gusto. Aceites que purifican en barroco.
Y la noche cae con frio y se pasea de nuevo en confidencias. Es entonces, en ese punto, cuando la plegaria de la mañana cuaja en lo oscuro sin saberlo, subida a los montes Carmelo de la conciencia para estabilizar el shaking del alma. Es un día feliz que viene para despedirse, final de época. Pasará inadvertido por tontunas anecdóticas y anuncios de barbaries. Pero estos días son sagrados si se saben ver. Como la vida y como la luna que espera al otro lado de la luz.