Se me aparece a media tarde el fantasma negro de Pandora en puente de División Azul para recordarme con acento de Yorkshire:
– cuando me muera, pon Purple Rain
Y me lo dice cual gesto de antaño, espíritu ébano en alma roja y abrigo púrpura. Insistente y directa, todo carácter en un abril aguas mil, mes loco de agua intermitente que deja entrever un arcoiris a destiempo.
Me quedo pálido de rabia y miedo, en trance iluminado por rompimientos irregulares de gloria. Sobre charcos sucios que me duplican la realidad entristeciendo la alegría, alegrando la melancolía. Agua arriba y agua abajo, inundan un recuerdo que atiza al cosmos para bajar pequeñas lágrimas a la tierra que buscan la comunión de un diluvio que eleve al Pisuerga in Excelsis en color de chocolate.
Miro al Pisuerga, mi Pisuerga, destino último, sudario de malditos, cuna de patos y árboles secos que, inundados, retuercen su silueta atormentada para advertir, avisar y romper la armonía de los cauces, señalando cunetas liquidas que forjan caminos a la inmanencia.
Camino sin paraguas de la mano del fantasma de Pandora, observados por árboles curiosos y patos desconfiados. Vemos dos clases de patos: todos blancos y uno negro, aparte de todo. Los primeros duermen juntos y van a rezar muy de mañana a la cruz de un monasterio invisible. Forman en fila disciplinada, dejando ondas suaves de ballet. Estiran el cuello y no se mezclan, posando desde las orillas de su vermut mientras depuran el horizonte de un río que sube, sube más, mucho, rápido, porque nos busca en puentes y pasarelas haciendo de nuestra ruta un hilo cada vez más funambulista.
Pandora se seca el llanto y me señala el patito feo, que va a su aire, como ella, como yo, arriba y abajo en ruta propia. Pasea entre árboles muertos que esperan resucitar en cruz algún día, o nunca. Así patos y arboles nos hacen la intrahistoria perdida de un río crecido de chocolate que trae restos de náufragos de mares por descubrir o tesoros por enterrar, botellas con mensajes por abrir.
Entonces el Pisuerga es un Liffey alejado del mar, con overbooking de patos negros, arriba y abajo, que saben su soledad y buscan sombras, más sombras para reconocerse entre reflejos de ramas de agua. Se buscan ansiosos en laberintos móviles de un bosque de agua improvisado al infinito. Pero en cada zancada, el laberinto se mueve a su paso cerrando callejones, abriendo calles nuevas. Vuelve la lluvia y Pandora llora en su vestido purpura mientras se va corriendo dejando al Pisuerga escalar más al puente. Crecido por las mismas lágrimas que hoy riegan el Liffey, inundado ayer, gritando cantos de sirena en blues con acordes de Hendrix desde antaño, recitando poemas malditos, cantando un Excelsis bajo la lluvia.
– cuando me muera pon Purple rain
XXX
Excelso.