«Aquí vamos a estar bien, niño. Si queremos echar humo o si nos da el amarillo hay dos puertas de salida.»
Así será. Asiento con veneración dejándome guiar hacia el centro de la plaza, bombonera de San Blas, tasca fraterna de hermandad gemela y sillas altas de madera enfrente de plasmas gigantes.
«¡Qué pasa niños!» nos saluda la risa de uno de los gemelos. El más extrovertido, el cachondo con sonrisa que el otro día libraba pero no dudó en salir al final del partido con su pijama blaugrana. Salía del lecho, el gachó, condecorado de señeras y escudos de la ciudad condal por vacilar, mayormente y bañarse en ración de collejas del vecindario. «Pero si este no ha sido del Barça en su puta vida, que cabrón», sentenciaban los veteranos del lugar.
«Hola niño», respondemos educados. Es el saludo inicial, rito kindergarten que convierte el escenario en primera infancia donde todos los machotes de barba se encierran ante la pantalla durante dos horas para descubrirse infantes.
«Ponnos algo de comer, niño, que estoy hueco». El Rocha pide manjares mientras agarra el botijo en primer tiempo de brindis mientras nos acomodamos en la zona VIP. Esto es como el palco del Bernabéu en versión San Blas. Acuden curiosos saludando con pleitesía a mi anfitrión mientras la barra se va llenando de material ribeteado de bravas.
«Con mayonesa o ali oli»
Es igual, la policromía no cambia, mientras sean rojiblancas nos vale, el sabor es como matizar el sistema del Cholo pero los principios son los mismos.
Comienza el baile y el personal de la bombonera se organiza al compás de las manos de Simeone: los analistas se sientan en las mesas, los del CNI se acodan en la barra observando con un ojo al plasma y con otro a los perfiles del lugar, y los más se dividen entre humaradas en los dos fondos del templo. Los del norte forman la tribu de conspiradores y buscavidas, mientras en el sur ruge la efervescencia colchonera y púber de jóvenes generaciones que gritan y declaran su amor a los colores impresionando a sus jais que se mueven con son añorando música. Nosotros, centro de ángulos, cara al plasma que nos muestra a similares caracteres pero en mosaico Manzanares. Forman así, unos y otros, un retablo de sentimientos, que invoca a sus mártires con gargantas emocionadas.
Estamos en Mayo calentorro y ya hemos visto mucho este año: penaltis, expulsiones, el niño llorando, el principito con su pose Saint Exupery, Juanfran cabalgando bandas con gesto de Quijote buscando gigantes, el Cholo pegándose consigo mismo ante la mirada de un mono socarrón, defensa prusiana con inteligencia de Kokes y Gabis, samba de Flipe Luis y contundencia Godín, Saul inventándose en genio, Giménez despejando acróbata y un toro llamado Thomas que enviste a las victorias en los sprints finales.
Hemos visto mucho ya, demasiado para que quede lo mejor, en esta bombonera de penaltis donde se arrancan los minutos y se dilatan los segundos entre descuentos haciendo que sea una capilla mística de suspiros en tiempo extra.
En el descanso, único periodo real de cuarto de hora, solíamos salir a la realidad a comentar jugadas con la tertulia improvisada de trovadores y cuentacuentos, volviendo a nuestro palco de tronos de madera que seguían intocables en la ausencia. Rocha tiene su sitio y nadie mueve ni una silla. Seguimos escoltados en los botijos y zarajos para seguir envejeciendo por alegrías. Ya saben que lo mío es el blanquivioleta, sufrir, sufrir y sufrir, que penita, eh, por lo que simpatizo con la angustia de esta gente y su mapa emocional. En un momento brindo en silencio por Pandora y su Leicester, el imperio de los soñadores que viven de alegrías contadas que florecen en leyenda.
Pasa el tiempo y el amarillo no nos acababa de dar, seguimos firmes y asfixiados en franja vertical bicolor, como la defensa del Cholo. Pero de repente se esboza el amago del eternoretornismo y el fantasma de la resignación… respiramos hondo y aparece un gigante para aliviarnos. Se llama Oblak y, naturalmente, viste del color de nuestra angustia con el número maldito. Gracias.
Excelente crónica, Almirante.
Gracias por hacernos partícipes de esa explosión de fervor rojiblanco en San Blas.