Se nos aparece el otoño en la M30, bajo un sol de infierno que acompaña el atasco de hileras de esclavos en busca de comisión. La estrella nos deslumbra puliendo las cuatro torres en contraluz mientras el neón rojo de los faros se hace intermitente por las frenadas y las ambulancias. De nuevo hay atasco en la capital, consecuencia de la utopía Carmena carmesí de construir un mundo sin tráfico en los centros, donde solo pululen turistas con calcetines que pasean felices entre pelusas y mierda.
Otoño, el Otoñazo se nos presenta atascado y falso, aunque Google nos obsequie con una presentación idílica de hojas secas virtuales.
Sabemos en nuestro escepticismo moderno, que ya no hay otoños entrañables como no hay primaveras alegres, ni inviernos con nieves. Sólo queda una especie de verano corteinglés que tampoco lo es, más allá de un recalentamiento irregular y destemplado que varía grados de un día para otro provocándonos catarros y angustias.
El tiempo se descubre así como un ente destemplado, tibio, enfermo, propicio para las mentes felices que añoran el «hace bueno» y demás felicidades hechas. El tiempo ya no es lo que era, reconozcámoslo: se acabó el doble orden de estaciones naturales medido por la cosmovisión de las alturas. No, ahora el tiempo es prisa y calendario, puentes y siglas, 20D, 25D, 11M… La especie, en su estúpido caminar de proyectos imposibles y huida hacia adelante, mata el tiempo buscando el caos sin saberlo, acabando por destrozar de aburrimiento eso que los místicos de cualquier rama insisten en negar. Sin embargo, el tiempo, sea lo que sea, existe porque envejecemos, claro. Y un día te hacen una foto a traición y empiezas a ver ojeras, canas, nostalgia profunda en las pupilas, en fin. Este otoño, o lo que sea esto, nos llega cansado y cargado de lo mismo: mundo repetitivo de tierras rotas y sin gobierno, guerras mundiales e invisibles, deporte al atardecer y fines de semana fashion. Es decir, la nada.
Esperábamos por lo menos alguna hoja que recuerde otros otoños y glosar así una utopía retroactivo-sentimental. Lo bueno del Madrid Carmena carmesí es que las hojas que caigan se quedarán ahí, haciendo museo en el pavimento, pues sabemos que nadie las va a barrer.