Fue jueves de estreno en Madrid. A la salida del metro de Callao, la ciudad se encontraba amagando lluvia respirando desde la sierra una nieve portadora de frío pre natal. A nuestra izquierda flameaban alfombras rojas, a la derecha lucían Palacios de la Prensa. Ambas luces mostraban una diferencia de gentío: fans de selfis y grititos versus militantes de calma y compromiso. Entre medias, la masa buscaba una felicidad black Friday descontada a menos veinte por ciento.
Pasen por aquí, nos indica un acomodador de traje gris, sala uno, sin aglomeraciones innecesarias. Entrada impresa y al fondo nos recibe el gran Arteta, haciendo un paseíllo inquieto de cráneo brillante y chaqueta azul metálica con sonrisa acogedora. Entrevistas y saludos, poses para el recuerdo y palmaditas de enhorabuena. La sala inmensa se va llenando en espera de una breve introducción de una obra que se introduce sola. Tras la intro de Valladolid en la SEMINCI, llega el esperado estreno en Madrid, para plasmar en lienzo blanco de la capital una verdad incómoda, adjetivo siempre necesario como antesala de la libertad. Se apagan los focos y empieza el testimonio desde las diferentes piezas del puzle. Vemos aparecer víctimas, jueces, fuerzas armadas, políticos, documentos… en un vals ágil, documental de investigación humana que, en minutos, resume escándalos de medio siglo.
Desde el testimonio caliente de la sangre hasta el concepto de lesa humanidad, recorremos de la mano ágil de los guionistas el mayor escándalo sucedido en España. Una España que ni juzga ni imputa ni investiga, atrapada en Estado alterado de conciencias, débil y sin derechos donde sus supuestos guardianes, prohombres de los poderes, son incapaces de defender a sus habitantes. El auditorio observa en silencio que adivinamos pálido y apenas se nota más que movimientos en la butaca que desearían gritar, exigir, actuar. Panorama de la pantomima de un país mudo de respuestas ante tantas preguntas, Estado de debilidad congénita que, entre excusas y amnistías, mira hacia otro lado mientras va haciendo aguas hasta la destrucción.
Uno no sale de su asombro ante lo que ve, y las preguntas empiezan a colapsar la centralita de la conciencia hasta que, casi al final, uno de los protagonistas da la clave en una palabra: miedo. Expone que esos que tienen que dictar sentencia, hacer cumplir la ley, cuidar el Estado, en fin, tienen miedo porque… la resistencia civil era mínima. Acabáramos. No hay más Estado que el factor humano, concluyo radical, desterrando excusas tecnológicas. Así sucede que unos pocos hombres malos han conseguido amedrentar a una masa que, entre amorfa y pasota, sufriente de salón, obvia la sangre de los asfaltos, o que las prefiere cubrir con las alfombras rojas de la moda y el olvido. Y tienen que ser otros pocos hombres buenos los que se dediquen a hacer, por su cuenta y riesgo, memoria, investigación y exigir justicia. Hombres buenos, abandonados por eso del “poder” pero espoleados por otros españoles que sufren más acá y allá del hemisferio, dando claves montoneras de ultramar de lo que España se puede convertir, o ya se ha convertido desde su Estado.
En el puzle siniestro de estas fuerzas vemos que los malos han ganado, no nos engañemos. Así los asesinos acaban teniendo estatus y homenajes, porque eso del olvido a ellos no les incumbe, a partir de la aceptación letal, formal y parlamentaria de la dialéctica que nace de un “conflicto”. De ese hilo se teje la red que ahoga a una legión de vivos purgando entre la nada y el vacío mientras los muertos vuelan a los cielos sin justicia.
Pasan las horas duras, dos o así, aunque todo parece un instante, una punzada. Silencio, fundido en negro y los títulos de crédito se nutren de una banda sonora de aplausos como gargantas de rabia. Las luces vuelven pero ya no iluminan a los mismos que entraron. Las luces ya son interiores y es entonces cuando nos acordamos de la plegaria de Cohen: “hay una grieta en todas las cosas, así es como entra la luz”.
Salimos al mundo de cartón piedra, donde la caverna sigue buscando sombras entre el black Friday reflejados por las bombillas de neón que inauguran un Madrid con tonos de burdel para ocultar un Misterio. En frente de nuestra sala, vemos que en el otro estreno VIP retiran su alfombra roja.