Valladolid es un ente inmóvil cuyos enemigos se empeñan en mover el nombre. No es nuevo. Hoy estábamos comiendo el cocido cuando, viendo una cadena hostil, el becario coló un rótulo en un mapa estatal que deslumbraba toda una biografía LOGSE de salario en B.
El mensaje era el colapso de gripe en hospitales rubricado en un borrón ortográfico-fonético. Como soy cada vez más cartesiano, ordené la información llamando a Palacio para ver si alguno estaba internado. Cuando me confirmaron que seguíamos vivos, seguí comiendo la morcilla, reflexionando el gazapo y acordándome del glorioso vocablo Fachadolid, ese intento eficiente de explicar un prejuicio.
Esto del “Vaya” es más flojo, los enemigos pierden fuste y demuestra que es más efectivo el apodo torpe que escribir de oídas. El Valle de Olid ha padecido bautizos desde la natura prehistórica hasta sublimarse en Pucela, expresión enigmática que explicamos con teorías engoladas a los forasteros que nos visitan.
El Vayadolid de esta tarde polar, no me ha molestado, ni siquiera llamado la atención. Saqué foto a la tele, eso sí, por la anécdota, mayormente, interrumpiendo el ritual de la comida. Es lo que hay, y confirma mis sospechas de que la España moderna no sabe ni deletrearse a sí misma. Normal, pero ya ni siquiera importa.
EN «LA PASEATA»:
https://lapaseata.net/2017/01/14/valladolid-fachadolid-vayadolid/