Te lo dije. Y si no, te lo digo ahora: “no dejes tu mano suelta por ahí porque iré a por ella”. Lo viste tu misma el otro día, cuando la abandonaste leve en la mesa del pub y mis garras se abalanzaron en un suspiro. Con mucha suavidad, eso sí, ya sabes cómo soy, delicadeza ante todo, que esa es la mejor vía para encauzar el fuego cuando los interiores arden.
Estabas tensa en la mañana, apenas me mirabas. Concentrada en tu ensalada y sólo, muy de vez en cuando, levantabas la mirada un poquito haciendo que tu rostro del norte se sonrojase con urgencia brotando los calores que tiñen la piel hasta quemarse. Entonces volvías a mirar prudente al plato para musitar, suspirando al brócoli: “no-me-mires-así”.
Yo seguía mirándote fijamente, claro, ya sabes cómo soy, o estas intuyendo a saber cómo soy: me gusta recrearme, observar, petrificar con la mirada para no perderme detalle. Miro descarado pero con dulzura, of course, siempre con dulzura y con respeto, degustando lo que me trasmites a los ojos.
“¿Qué te trasmito?” Me preguntarías coquetona entre mirada y huida. Y yo te contestaría que estas cosas solo se responden en verso, al oído, entre luces, o entre sombras. Pero eso no me lo preguntaste hasta más tarde, claro. En esa mañana laboral estabas aun con los brazos y las piernas cruzadas, el corazón anudado, nerviosa, obviando mis ojos dejando tu mirar inquieto entre la ensalada y el mundo.
Si, era comprensible, lo entiendo. Acababa de llegar y los dos estábamos un poco tensos, un poco extraños, ¡qué cosas!… tantas conversaciones, tantas confidencias al hilo virtual, donde éramos apenas una voz en la distancia tratando de encauzar una historia, tratando de expresar lo imposible y sólo consiguiéndolo en los largos silencios de respiración entrecortada…
Pero allí estabas, en persona, delante de mí, hecha un nervio, con el cuerpo cruzado, enrojecida y con sonrisa de colegiala. Tú, apenas insolente en el teléfono hace unas horas, crecida y con mando, y ahora… empequeñecida entre mi media sonrisa y mi mirada entera.
“Es que me siento más segura por teléfono”, seguiste musitando al brócoli.
Llegó más gente a un rescate no querido y empezamos a elevar el tono a nivel del mundo, a refugiarnos en la frase hecha, en el comentario común, en los gestos sabidos. Disimulando y hablando en neutro, como si nada. Pero ya sabes cómo sois las mujeres, que no se os escapa una, que luego te interrogan tus amistades y al mismo tiempo que tus palabras lo niegan todo, tu cuerpo te traiciona con rubores, temblores y torpezas dulces. Y es que el cuerpo es más honesto, I’m telling you…
Y llegó nuestro día, por fin solos. Yo seguía buscando tu mano mientras insistías sonriendo en ponerte al otro lado de una mesa kilométrica para evitar problemas. Sigues cruzada y con distancia hasta que la mano blanca se te desliza sola en la mesa, campo de batalla, tierra de nadie, ajedrez de un solo cuadro. Se me iluminan los ojos y hago jaque mate en un movimiento.
“¡Te cogí!”
Atrapada en leve caricia, tu mano blanca es un puño minúsculo, esbozo de mano en la aurora, que quiere hacer fuerza, pero no la hace, se relaja en un instante. En caricia mínima, mi pulgar intercede entre tus dedos y se abren en clave de pétalo carnal en un amanecer de gloria. Mis labios aparecen en tu mano en tacto que produce hemorragia en los adentros, despertar a la vida, parto de ilusiones. Separas la mano asustada y la escondes en tu regazo con pupilas dilatadas. Yo me aclaro la garganta entre arritmias.
Hacemos el silencio entre el ruido obsceno del pub y, frente a frente, como dos duelistas nos observamos en combate a primera sangre. Respiras hondo y sonríes, ya no me ocultas la mirada, no desapareces, te quedas. Yo no puedo estarme quieto, y en movimiento audaz mis piernas largas rodean las tuyas.
“¿Me retiro?” Digo muy serio.
“No”.
Las campanas de “last orders” dicen que se nos acaba el día, hay que abandonar la vida y volver al mundo. Hay que irse. Hemos deshecho el tiempo y las horas comienzan a contar hasta que te vea, ¿cuándo? No lo sabíamos entonces.
Pero apareciste en la mañana, como un milagro inesperado (ya no hay milagros esperados) con tu camiseta gris y sin pintar, una diosita aria con pecas en pijama de domingo. Y el camino al aeropuerto se hizo corto y yo tenía la esperanza de que nos perdiésemos para encontrarnos en un bosque encantado. Pero no, llegamos puntuales y tristes, se paró el coche y nos miramos sin saber qué hacer. Tu hombro perturbador mostró su constelación de pecas y, por un momento, me quedé buscando a la estrella polar hasta que temí perderme en el universo de tu cuello. Antes de abandonar el coche te rocé la mano de nuevo que habías quedado abandonada en la palanca de cambios. Respondiste y ambas manos se volvieron a entender en otro instante.
Salimos, yo con mi maleta azul a juego con mi ánimo blues, tú con tu camiseta gris a juego con el resto del domingo.
Y sin saber cómo darnos un beso, como niños sin saber besar… nos dimos un abrazo. Abrazo que conservo y que cuido cada día, abrazo conjunto de calor, de olor de ti en nuestra mañana de domingo. Yo volví a mi maleta azul, y tu a la máquina de parking. Anduve hacia la Terminal 2, mas Terminal que nunca en paseíllo de horror y ausencia y, tras cinco pasos, volví la mirada para encontrarla en la tuya.
Pero nadie se dio la vuelta, como en las películas, nadie dejó la maleta para volver y fundirnos en un beso con música de fondo y aplausos del personal. Nadie quiso torcer las Biografías.
No. Seguí mi destino dominical hacia el check-in desayunándome besos sin dar, atragantados, rota su vocación de nacer en tu boca, de perfilar las esquinas gloriosas de tu ser, de esculpirte en fuego escuchándote entre metáforas sin rima. No. Me les quedé conmigo para romperme la garganta y crear un mito en ese Olimpo donde viven eternamente los besos que no se acaban de dar.
M A R A V I L L O S O Artículo. Què elegancia describiendo una pasión tan intensa.
Esos amores son inolvidables.
Esa Pasion Rota…, despues de leerle, me ha dejado rota a mi. Es tan maravillosa, que la tristeza del relato toca profundo la sensibilidad. Gracias x compartir.