Se acaba Abril en blues. Sunday blues, para ser preciso, como los grandes finales. Sucede en un domingo enlutado de provincias, con charcos en las calles y fuego en el salón. Mi tiempo, vamos. Se despide así el mes más extraño del calendario, llorando rabia sobre campos abiertos de Castilla. A un lado del Olimpo rubio, les rompe la cosecha y al otro, deshace pretensiones. Hubo Gloria fugitiva hoy en Zorrilla. En una copa del Rey sin Rey donde El Salvador se deja el triunfo frente al decano del rugby hispano. Lucha de guerreros entre barros y huracanes, público de capuchas y paraguas rotos. Las medallas colgaban como sogas en cuellos mastodontes de hombres tristes que bajan colinas al vermut.
Y allí nos esperaba un aniversario, el mío. Mi Núcleo celebra años de Matrimonio, ese marco donde se procreaba santificado y en orden de salvación. Abril, 30, de un año donde los hijos se concebían en bendición y ansia de amor y proyectos de sentido. Otra época, claro, cuando las parejas se diseñaban ad aeternum, en imagen y semejanza divina. Celebramos en nuestro bar de barrio, sencillo, amable, juntos. Muy juntos. Sabedores de que nuestro sentir entre el sabor de los pinchos, sabe un añejo divino más allá de años. Comemos y brindamos con choques de cristal de cálices que hacen eco a una comunión que resuena vocal al evangelio de hoy, Emaus y eucaristía en familia.
El viento acompaña esta fiesta tan íntima, sin aspavientos, en calma. Viento acunador desde lechos en madrugada sin hembra, buscando el calor en los recuerdos de sábanas domesticas. El viento se alzó va quebrando paraguas hasta que se fue helando al anochecer. Ahí, entre luces difusas y espejos en el pavimento, llego paseando el cadáver incorrupto de Abril con soniquete de fútbol en las esquinas de los locales. En pocas horas será Mayo, dando entrada a mitos y meses de vulgaridad que, hasta la Iglesia, llama de tiempo ordinario. Yo sólo vivo de Pascua a Pascua, el resto lo disimulo con mayor o menor fortuna.
Gracias, Abril. DEP.