Gloria Gimeno
Cae la tarde, como cada 13 de octubre y ya son 127 años que aparece en las calles del casco antiguo de la ciudad… donde viene a mi memoria Pilar, la protagonista de la zarzuela.
“Si el preludio suena, del canto famoso, niñas muy bonitas se asoman al Coso”,
Coso que se transforma, que deja atrás el bullicio de mediodía del vermú, para dar paso a un momento único y especial que encoge el alma… este año con más motivo, motivo marcado por la ausencia, la emoción y el sentimiento: la procesión del Santo Rosario de Cristal. Evoco a aquel emigrante cuando salió de su España,
“llevaba por compañera a la Virgen de San Gil, un recuerdo y una pena, y un rosario de marfil… ”
porque la imagen del rosario, siempre viene acompañada del recuerdo de una madre, esa que hoy me falta y que tantas veces le escuché entonar aquella vieja canción
“devuélveme el rosario de mi madre y quédate con todo lo demás”…
Durante unas horas, las calles se llenarán de trajes regionales, coloridos faroles y sentidas plegarias… Treinta carrozas de cristal iluminadas, ponen la luz y el fervor a su paso sobrecogiendo a los asistentes entre lágrimas de emoción estremeciendo la piel…
El Santo Rosario, rezo tradicional que invita a reflexionar sobre los quince misterios diferentes de la vida de la Virgen María junto a su hijo Jesucristo, donde se recitan diez Avemaría, un Padrenuestro y un Gloria en cada uno de ellos…
No sabría definir con exactitud el origen del Rosario de Cristal, pero se cuenta, que a principios del siglo XVIII Mariana Velilla, lo rezaba al amanecer en el Templo del Pilar antes de acudir a sus faenas diarias, por lo que se conoció como el Rosario de la Aurora, tal repercusión tuvo, que poco tiempo después, se rezaba varias veces al día, acompañado de faroles y velas… unas veces en los alrededores del templo y otras en las naves que rodean la Santa Capilla… incorporando poco a poco más faroles y luces…
Y entre cada misterio… agarro con fuerza los pétalos de rosa en mis manos… con lágrimas presas en los ojos, mientras desfilan las carrozas por las calles con un elegante farol adornado con vidrieras que reproduce diferentes escenas. Los misterios gozosos de color rojo, los dolorosos morados y los gloriosos de color azul.
Alrededor de cada misterio diez faroles portados por fieles que representan cada uno de los Avemarías, dos más de diferente diseño, el Padrenuestro y el Gloria.
Al acabar el desfile de todos los misterios, se incorporan los misterios luminosos, creados por Juan Pablo II en un solo farol, que da paso a los sesenta y tres faroles que, en forma de estrella, representan las letanías laurentanas… adornando el nombre de la Virgen.
Lo mejor se reserva para el final. Llega el momento de las carrozas. Preciosas obras de arte hechas en vidrio que representan a la Santa y Angélica Capilla, el Templo del Pilar… esta última con más de 130.000 diminutos cristales… la belleza del farol de la Asunción, la Salve, los Santuarios Marianos y Santo Dominguito de Val destacando la Reina de la Hispanidad, una carabela de cristal que evoca el descubrimiento de América donde la Virgen del Pilar en la proa, guía y luce en todo su alrededor las diferentes banderas de todos países latinoamericanos.
Y todo acaba, guardo mi rosario en el bolsillo, sabiendo que ya, nada volverá a ser igual.
Estupenda edición de un emotivo relato sobre un precioso día, vivido desde la emoción de tener frente a ti a nuestra muy querida Virgen del Pilar, a la que has intercedido por todos nosotros. Gracias, Gloria