Estaba yo leyendo un magnífico libro que me está durando más que un martillo en paja, porque no soy capaz de concentrarme en él. Hay un grupo de pescadores en el pequeño lago, a orillas del cual vivo, rodeada de un bosque de pinos, vociferando.

Me altera la idea de ver que la gente educada y respetuosa ya no parece tener cabida en esta España, cada vez más cutre. Me altera la idea de alguno de ellos tire una colilla descuidada y……ufff, ¡no lo quiero ni pensar!

Este tipo de pensamientos-run run suelen coincidir con el despertar cansino y tocapel……(¡no lo diré!) de ese demonillo que llevo dentro al que yo llamo Max. Así que lo ignoro, y me doy prisa en digerir lo que estoy pensando porque, si lo dejo intervenir, se alargará mucho ésto.

Para escribir este sentir, tal y como me pide el cuerpo, debería ser yo una mal hablada barriobajera, o bien, para paliar los efectos, haber nacido con esa gracia envidiable, propia del que dice un exabrupto de los que echan abajo un pueblo, y les queda de aplauso. Pero no es mi caso, así que me comportaré.

En ello estoy, cuando me llega un mosqueante olorcillo a leña quemada, que me pone las pituitarias de punta. Levanto mi cuello como si fuera un perrito de la pradera, oteando de donde viene esa humareda amenazante. Veo, con inquietud, que algún vecino está preparando una barbacoa a lo grande; digo a lo grande porque se veía el arder de la leña muy cercano, para mi gusto. Justo ahí, ya noto el imparable desperezar de mi omnipresente Max, ese demonillo atosigante y burlón que le encanta azuzarme.

Le digo, fingiendo tranquilidad: está en su casa y tiene derecho a hacer su barbacoa. Entonces, Max, en su estado más puro, suelta: ¡Anda que, con esta brisilla que hace, como se le vuelen unas cenizas, con tanto pino por aquí, nos monta la de Nerón en Roma! Lo fulmino con la mirada, a la vez que le digo, sin mucha convicción, que confío en el buen juicio y cuidado del chef. Max, sin aparcar esa risilla irónica que me mata, va y me dice: ¿Pero no eres tú la que te pasas el día ronroneando eso de que España se ha convertido en un país de descerebrados e inconscientes de la vida, que…bla.bla.bla? Valeee, le digo, pero ya verás cómo este fogonero toma las debidas precauciones. Max, sin soltar la presa, sigue: Sí, sí, ya, pero menos precaución que la que hay que poner para limpiarse el trasero en el campo…..y mira la que ha liado el alemán de los c…. ¡¡¡Maaaaaxx, he dicho que tacos NO!!!!

Inevitablemente, ese olorcillo me trae a la mente los incendios de La Palma, Galicia, Levante, Portugal, etc., que me duelen casi tanto como si me quemaran las uñas de los pies. Y es entonces cuando me asaltan las ganas locas de soltar todos los improperios que nunca dije, corregidos y aumentados.

Max me increpa: ¡Menos mal que no tienes que legislar tú, que si no…! ¡ Pues mira, le digo, ya me encantaría, ya. A botepronto, se me ocurre que, como lo del término “cadena perpetua” suena duro para la sensibilidad de algunos, yo lo cambiaría por Actividad ORS (Oportunidad de Reparación Sostenible), por ejemplo, que es el lenguaje blando, equívoco y deslavazado que usan aquellos. Y, así, los pirómanos tendrían la Oportunidad de Reparar lo quemado: Sosteniendo pico y pala durante 10 horas de cada día de su vida, con los que cavar hoyos y plantar el mismo número aproximado de árboles que el de los carbonizados.

-Max se ríe de mi ocurrencia. ¡Qué va, Max, que no!, que esto no es cadena perpetua, de verdad. Mira, el contrato/sentencia sería: tantas hectáreas quemadas, tantas hectáreas repobladas; cuanto antes lo haga, antes se va Vd. a su casa. Y los buenos comportamientos se premiarán con hacer, en sus ratos de ocio, algún cortafuegos. Jajaja, ríe Max ¿Qué van a tardar mucho más que una vida en plantarlos? Pues, allá ellos. Que comprueben en sus carnes que se es mucho más lento en cavar, que el fuego en quemar. A ésto, sí lo llamaría yo Productividad Sostenible. ¡Se acabaron para éstos las “duras e injustas” cadenas perpetuas revisables, viviendo en la molicie de una cómoda cárcel que los vuelve fofos como nenazas!

Por primera vez, veo que Max se arruga ante mi rictus de satisfecha rabia infinita.

Pero este demonillo tocapel….. (¡no lo diré!) tiene recursos, y, aprovechando que los humos del vecino chef van remitiendo, y que yo respiro aliviada, vuelve a la carga, mientras se mira las uñas con ese gesto odioso, ya sabeis: Belencita, y hablando de otra cosa, ¿No te parece que tras ese afán del PSOE por denunciar hasta a los que llevan los cafés a Génova, se esconde una de sus frecuentes piruetas de distracción para que los demás no abundemos demasiado en la insólita noticia de que Snchz/PSOE no se suman a la impugnación de la candidatura de Otegi, por Bildu, como lehendakari?

¡Enésima traición socialista a España!, le contesto.

Max ha pillado desprevenida, y casi se me escapa un ¡Coñ……..ntra!. Pero me contengo a tiempo.

Cierro con rabia mi libro, porque así no hay forma de leer nada. Y me decido a ver, por enésima vez, la gran película que dan en la tele, “Horizontes de grandeza”, de William Wyler.

¿Grandeza?… ¿has dicho grandeza?, pregunta Max. Eso ya no se lleva mucho por aquí, ¿no? ¡A ver si nos actualizamos, hija!, me dice con chulería. No me doy por enterada, y le contesto enérgica, altiva, orgullosa, y ahuecando la voz para contener las lágrimas, que en España hubo y, aún, hay mucha grandeza. Y, si no, fíjate en el orgullo y la emoción de Mirella, Maialen, Sylvia, Rafa, y Marc cuando escuchan nuestro himno, en Rio, mientras se iza, en su honor y en el de todos los españoles allí representados, la bandera de España; Max, lo que les resbala por las mejillas son lágrimas de Grandeza.

María Belén López Delgado

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