Día de San Esteban, celebramos al primer mártir en alba suburbial de Navidad. Comienza así un martes de lluvia en las ventanas de Castilla que me trae recuerdos de las British isles. Me alzo ligero, limpio la chimenea y, con la luz de la primera briqueta, me dispongo a celebrar el Boxing day. Espera una tarjeta de Navidad, presente exclusivo en el único texto que recibo manuscrito desde hace tiempo. Llegó a mi buzón Madriles hace dos días, en tiempos de vísperas de Todo, y lo esperaba desde el inicio de mes, fiel a esa puntualidad tan formal como legendaria de una tierra que tanto explota sus mitos.
No me decepcionó ni siquiera en ese momento. Cuando, desde la penumbra del hueco, me miraba la esfinge de un Ché Guevara en perfil filatélico en rojo sin matar. Inicio propio, declaración de principios de un documento que sólo puede venir de una persona: Pandora. Quité el guante a mi mano izquierda para recoger la carta en caricia y la guardé como el mejor tesoro en mi maleta. El Ché fuera, la Navidad omnipresente en perfume, el remite -ensoñador de un nido muy querido- como contraportada, la rúbrica ornamentada con imaginados kisses XXX ante el post script. Si, Pandora, femenina singular: roja por dentro, mulata por fuera, de moda púrpura con amigo rojo, paraguas de lunares y complementos verde-erín. Memoria.
Pandora encarna un espíritu de excepciones en mi vida, criatura que me hizo comprender el significado de soulmate, intraducible e impracticable en una sola vida y perteneciente a esa élite biográfica de “Mujer Sagrada”. Yo, que tengo a la especia más jerarquizada que la corte celestial por Concilios antiguos, gozo el adjetivo de “Sagrado” como el que otorga un toisón de oro en clave metafísica. Hay personas cuya unión en el tiempo dan pistas sobre las posibilidades de salvación del alma y Pandora es de esa clase. Curioso es que mi soulmate no crea en un alma más allá de la frontera pineal, que cante himnos cristianos como angelitos negros en latín y penumbra de iglesia reformada y con velas, que configure, en fin, una cosmovisión inmanente cuyo resultado es trascendente. Más, en su coherencia, que esa trascendencia oficial, falsísima y posmoderna que adorna en maquillaje a mi burguesía Chanel número cinco. Vino a España hace unos años y se sentó con el Núcleo rodeada de Nacimientos y percebes. En mi bendición de cena cuando, hablando a Dios en inglés Le felicitaba el cumple y daba gracias por habernosla traído a España a celebrarlo, se emocionó como una niña, con esas lágrimas “como garbanzos” que cantaba Camarón. Aceptó ir con gusto a una misa del Gallo que cantó con voz de ébano y tono B!ues.
Se lo dije hace tiempo, y se lo diré ahora, aunque no lea esto. Mira, Pando, lo único que tenemos en común tu y yo, es que los dos somos negros. Aparte de eso aspecto, todo son querellas, hija.
Well, me dijo tomando un sorbo de Oporto, nobody is perfect, isn’t It?
I Luv U. XXX