Es domingo después de comer. El cielo llueve lento bajo una capa gris que nos aísla del firmamento. Hay fútbol por la tele y la tarde se confunde con otras infinitas tardes. El comentarista avisa que se guardará un minuto de silencio por Enrique Castro Quini mientras nos llega una música enlatada de violín. Mi mente reacciona rellenando este patético himno al vacío con una oración, única forma de luchar por la memoria del ser querido evitandp que caiga al ocaso de los higiénicos minutos de silencio. El árbitro pone fin en el momento que mi mente glosa el “liberanos a malo”. Expulso el “amén” ante los aplausos del público.

El fallecimiento de Quini nos ha dejado particularmente tristes. Puedo analizarlo desde diferentes puntos de vista. Puede ser que, al estar viviendo semanas duras donde el tiempo se mide en diferentes grados de dolor, estemos más sensibles a estos acontecimientos. Puede ser que la temperatura es inestable y me cansa, pueden ser los hospitales con sus caderas inestables, gripes permanentes, cánceres irreversibles, muertes definitivas, cosas, en fin. Todo influye, claro, pero no es por eso.

El tema es que el personaje en su grandeza nos ofrece una visión compleja Por un lado el profesional: uno de los grandes artilleros del fútbol patrio; otro social con historia de secuestro, y el más importante: una categoría personal muy particular. Y es que las frases que nos llegan desde todos los ámbitos es la bondad y la alegría que derrochaba. Era un hombre bueno, decían. Un hombre bueno.

La bondad, la dulzura, la nobleza y valores así no dan mucho juego en la literatura. Ni en la vida, claro. Así como la maldad tiene un recorrido fascinante y espiral, el ser una buena persona provoca una sonrisa tímida y tranquila y se produce un silencio o una frase hecha, que es peor. Cuando Nuestra Señora se apareció en España en los 60 dijo al final de su primer mensaje que “lo primero que tenéis que hacer es ser muy buenos”, y cuentan los testigos que la gente se fue decepcionada. Deberían esperar algo más fuerte. Que se diga que Quini era buena persona, en el buen sentido de la palabra bueno, es algo que de alguna forma todos apreciamos pero que ninguno acaba de apreciar en su grandeza.

Sé que cuesta mucho encontrar a una buena persona. Serlo ni me lo imagino. Encontrar a alguien sin retorcimiento, sin triples sentidos, sin sonrisas hipócritas ni interesadas, sin doble fondo, con la mirada limpia… es tarea ardua y más en estos tiempos relativistas sin diferencia neta entre el bien y el mal. Considero que el ser bueno es un don, un arte, la forma más alta de cuando la inteligencia se piensa a sí misma. Actitud mucho más valiosa porque, normalmente la gente buena, lo es en gran parte por Vocación. Yo, que me conozco algo y sé mis limitaciones y que, sin ser malo estoy a años luz de ser bueno, me intento rodear de este tipo de personas. De las pocas virtudes que tengo es el de elegir bien a los míos, y mucho más de separarme de las malas compañías. Si estás al lado del Ángel de la Guardia nunca serás como él, aunque mejoras a cada paso, pero si te juntas con un diablillo… superarás su perversidad en tiempo récord. Cosas de la naturaleza caída de la especie.

Por eso, un día como hoy, domingo por la tarde, tiempo de fútbol, quiero recordar aún más a Quini en agradecimiento, pedir por su bondad y que nos inspire hacia su arquetipo. Gracias, Quinocho.

Deja una respuesta

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.

ACEPTAR
Aviso de cookies