Sucedió al mediodía del falso lunes, en esa prolongación de finde mitificado de aniversarios y dragones. Se celebraban lecturas y derrotas de la única tierra cuya Victoria está borrada por la Memoria. Recuerdo que ese día hubo una tormenta en la Meseta a la hora del Vermut: un aguacero repentino se engendró sietemesino entre los truenos. A medida que los relámpagos se distanciaban del gemir de los tambores, se fue naciendo una bruma que cubría la realidad de color canícula.
Era la astenia, inauguración oficial de la primavera.
Levantamos las copas en protocolo y mientras unos estornudaban, a otros les daba por pensar. El blues de fin de fiesta enlazaba así con el principio de semana, derramando rosas ya marchitas en la barra y sellando como un sepulcro los libros regalados. Sólo quedó el aliento del dragón, suspirando por ser bestia.
Nos dimos cuenta, de nuevo, que ya no hay San Jorges repartiendo estopa. Así una legión de la especie decidió unirse al dragón, como ayer lloraban al perro Excalibur mientras defecaban sobre el cadáver de aquel misionero; como aquellos que brindaron con idénticas cosas por la muerte de un infante que quería ser torero… como aquellos, en fin, que anhelan un aborto obligatorio y exigen la muerte definitiva de Alfie.
La astenia llegó pisando fuerte en revelación con su metafísica inadvertida, términos redundantes para las mentes depredadoras de la época. La astenia es bajonazo, decaimiento, excitación del hipotálamo buscando morir de utopía, ensimismamiento, caída, mal esplín, peor vino, nostalgia del fin. Se habla de otoños calientes y se ignoran primaveras crueles, cuando la rueda se pone en marcha para prolongar agonías inventando operaciones bikini y entusiasmo por semi-Champions o promesas de mundiales.
Pero la canícula no se va, aunque no se ve. Es el telón de una primavera camuflada en Tiempos Ordinarios, casi vulgares, que olvidan coordenadas de Pascuas en su sobredosis de Sentido. De abril a octubre corre así más de medio año con suspiros de dragón indultado, inspirador cuyo aliento acaricia el aura de un Madrid contaminado de claxon bronco, Asambleas de Marnies, Parlamentos de traidores y Ayuntamientos de propaganda.
Entre el sol y mierda de la urbe, quizá nos quedará huir al foro capitalino: disfrutar fiestas en Cibeles y Neptunos, para después de paganizarnos del todo, buscar la conversión rezando a Isidros en andas para que bendiga a nuevos labradores sin labranza.
Astenia in Excelsis.
Excelente artículo.