Escribimos este texto un día como hoy hace unos años y todo se va confirmando hacia la misma tendencia. En ese año se acababan de manifestar las víctimas del terrorismo y comenzaba el expolio del archivo de Salamanca, dos entes, carnales e históricos con que finiquita una parte muy importante de un pueblo ya en extinción. Ustedes mismos, ya saben, pastilla azul o pastilla roja. Yo tomo la rojigualda que, aunque duela, aclara la Realidad.
Vuela la bandera en Madrid ante el perfil escéptico de Colón y la mirada neta de Blas de Lezo en esta mañana de fiesta en rojo, puente prenavideño de luna llena. Vuela la bandera ante la firmeza de prohombres oficialísimos que visten de domingo y esconden la mirada a nuestro héroes ante un sol existencialista. La bandera sube, pendón laico del pueblo, y abre su vacío el templo parlamentario a entusiastas y curiosos, recibidos por presidentes que, cual pastores anglos, saludan a niños posando con sonrisas de cartel.
Es el día de la Constitución, nombre precioso que se atraganta en convivencias sin marco pero marcadas, títulos octavos, derechos-sin-deberes diseñados por padres-padrastros a costa de una patria sacrificada. Cumple muchos tacos el invento y ya agoniza bajo su féretro articulado, descomponiéndose putrefacta de vergüenza a cada minuto entre líneas ignoradas de “derechos a la vida”, “igualdad entre los españoles”, “lengua oficial”, “solidaridad entre las tierras de España”… siguiendo, burla, burlando hacia un cuplé triste quebrado en usada partitura de “relecturas varias”. Así la dejaron, tan abierta como estéril entre tantas violaciones para abandonarla, niña triste, entre cloacas del estado sin saber quién era y lo que habían hecho con ella.
Cumpleaños mortal que comenzó antes, por cierto, apenas unas horas aprovechando el desconcierto de luces laicas de neón que iluminan solsticios, con dos hechos que inauguran un puente con vocación de túnel: el enésimo expolio de Castilla al robar nada menos que la memoria custodiada en su corazón salmantino con nocturnidad y complicidad, y por otro lado – del corazón a la nuca – el retorno a casa por estas fiestas de los depredadores de españoles por vía terrorista. Ambos casos vienen a ser lo mismo y definen, por si mismos, en que han quedado años de farsa y qué se celebra hoy: resetear la memoria destruyendo pruebas. Esta parte de la fiesta, tan disimulada, no la verán en el programa oficial, silenciado por los sumos tecnócratas de la cosa que van a recogerse pronto con la borrachera de champanes falsos.
Pero yo lo veo todo, vaya, y no convienen engañarse y saber que hoy es el cumple de una derrota, de la triste confirmación de la gran farsa en la que hemos vivido toda nuestra vida adulta. Fiesta que, tampoco nos engañemos, ya se acaba, en esta celebración tan triste porque, adivino, en los años que vienen ya nada será igual. Nos espera un año de inflexión con una sinfonía en dos movimientos… in crescendo. En fin, así como el Estado ha secuestrado al Pueblo, la Constitución ha terminado secuestrado a España y ambos, Estado y Constitución han amparado a una élite corrupta que, como todas las familias de poder – vean Los Soprano – se autodestruye ante la mirada pánfila de un poblachón confiado y tontuelo que ha matado a los individuos libres que lo componen. Es la triste y eternoretornista historia de las dos Españas, que deambulan como fantasmas con diferentes sábanas. Hoy toca ver a la oficial y la real.Conviene que los primeros sepan, y recuerden, que en esta tierra no habrá fiesta alguna sin procesión de sus santos ni permanente respeto a sus mártires.