Puede ser la manifestación más importante de la democracia. Una concentración que, si bien ha sido organizada por partidos políticos, no se agota en ellos. Puede ser una manifestación de un pueblo al que le une la dignidad de su tierra ante la sistemática violación sufrida en décadas. La excusa, que no es menor, es el capricho de un dictador por decreto que, en base a su ambición personal, está dispuesto a quebrar definitivamente la convivencia entre los españoles. Ahora bien, el señor Pedro Sánchez no es más que la punta del iceberg o penúltima mecha de los años de plomo y dinamita, física y moral, que se ha introducido en un sistema diseñado para su autodisolución.

Hay muchas motivaciones para asistir mañana a Colón, entre la cuales mi postura es la del disidente. Un hombre gris, normal y sin-poder, consciente de que se está viviendo en la mentira. Mentira amparada en una ideología global cuyo objetivo no tiene más que la destrucción de la memoria, de la natalidad, de la igualdad entre compatriotas y de la asunción de ideologías de laboratorio cuya implementación en el pueblo provocará su aniquilación. Se hablará de la unidad de España y de elecciones, y lo harán grupos políticos integrados y cómplices de un sistema cuyo armazón político no es más que ser la cara visible. Dirán los del bando contrario que son “las tres derechas”, mito falso pues se unen una traidora, de falsa bandera, otra que sólo acoge y con matices, la estructura política nacional y otra, que siendo nominalmente la única derecha, no sabemos cómo va a funcionar pues su mérito, que no es poco, viene por actuaciones desde la vía judicial.

Entre ese bloque visible al que tenemos la mayor de las desconfianzas para unos, y la prudencia para el otro, la postura personal es la de asistir como uno más, desde mi postura disidente. España ya está rota y la ha roto el Estado español. Pedro Sánchez Sánchez no ha llegado al poder ni por un golpe de Estado ni está solo. Este Estado permite que sujetos así lleguen legítimamente al poder y mientras haya una ley electoral injusta, asumida por todo el establishment político,  que ni siquiera ha hecho amago de cambiar nunca, y con estructura autonómica dogmática, no hay nada ni que reprochar ni hacer hasta que se rompa el juego.

Pero el poder moderno, y más en España, ni siquiera se agota en esas estructuras, va más allá desde que una sociedad asume, hipnóticamente, unas políticas sociales donde la destrucción de la memoria, la vida y la ley natural ni siquiera se discute y cuya aplicación dará en poco tiempo un escenario irreversible en el que no cabrán manifestaciones. Mañana se pedirán elecciones, se darán vítores a España y la imagen de fuerza quedará para las tertulias de los medios y las estadísticas de los partidos. Pero no es eso, no es eso y el cambio o lo harán las personas creando estructuras que, desde luego, no pasen por la filiación política de un juego sucio…o se quedará sin hacer.

Es la hora de la conciencia de un Pueblo que dice no. Los disidentes estaremos con una bandera sin más escudo que el crespón negro para reivindicar la dignidad propia y colectiva de los presentes y los ausentes. La comunión vital con nuestros muertos, héroes, arquetipos y compatriotas de ilusión y enfado que aman profundamente a España… porque no les gusta. Muy lejos de los grupos políticos, sobre la tierra de nuestros padres, bajo el cielo de nuestro Creador y al lado de Blas de Lezo.

Por eso iré mañana.

¡Viva España!

Juan Miguel

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