«O si lo prefieren de otra manera: una sociedad de mujeres y hombres, libres e iguales, en armonía con la naturaleza».
Pedro Sánchez-Castejón, apellido forzado de guiones y doctor desde la tesis más plagiada que ha premiado España, termina su discurso. Rúbrica poética al estilo de su modelo ZP cuando, entre «tierras que pertenecen al viento» y «libertades que nos hacen ciertos», llenaba un discurso socialista en nuevo vacío retórico.
El doctor ha terminado su primer turno mientras espera paciente en su escaño las réplicas de otros líderes con la tranquilidad que da la falta de esperanza de que, en este día, salga investido como presidente. Está todo en el guión: diga lo que diga la propaganda de las diferentes áreas de ideas, está en una situación privilegiada. Es verano fin de década y ha ganado unas elecciones nacionales. Victoria que viene desde la inédita machada de ganar una moción imposible y a su vez, de unas primarias con las apuestas en contra de más de medio partido.
Su vida, piensa mientras le sonríe su ministra de confianza, está en una vertiente claramente alcista y no ve un final a su racha. Mientras habla en tribuna el líder popular, no puede evitar alzar la mirada a la zona de invitados. Su mujer está allí, concentrada y mandando fuerza con mirada cómplice. Comprometida totalmente en el juego, sabe que su soporte ha sido clave, no ya en esos días de vértigo, sino desde que se conocieron. Todo un motor. Fueron una pareja diseñada para hacer equipo quebrando la escena con todo un marketing nuevo. Ese que comenzó con un posado famoso de la bandera nacional en un rojo socialista y rubiazo, puesta de largo de alguien que se legitima para utilizar símbolos con autoridad. Desde ese día glorioso, fue todo hacia arriba, no sin dificultad, pero hacia arriba.
Entre el gallinero y su cuaderno de notas se fija en su víctima. Lleva camisa a cuadros, gesto cansado de una coleta que ha perdido fuerza revolucionaria hasta quedarse en rizado de champú. Pertenece al gran talento político que ha dado su generación: Pablo Iglesias. Visiblemente preocupado, pues no es hombre que disimule, con rencor de ceño fruncido alternando la mirada al móvil y el reojo al banco azul. Pedro sonríe en silencio pero con precaución. Respeta al tipo porque sabe que da problemas, muchos problemas. Y también sabe que viene de muchos triunfos sostenidos por un ego devastador. Sin embargo, ha llegado hasta este verano en caída. Pablo está en tendencia bajista y tiene que aprovecharlo.
Su última ocurrencia, le ha arrastrado a escenificar toda una puesta en escena de negociaciones urgentes. El juego se mueve y tiene que ofrecerle migajas aparentando que les da mucho. Lo más probable es que el teatrillo se rompa, y el jueves hay que aparecer llorando lágrimas de cocodrilo ante la prensa diciendo frases así como: «me he movido hacia un gobierno de coalición sin quererlo, he ofrecido de todo por el bien común… pero no hay nada que hacer». Una posibilidad, claro. Porque en el caso de que acepten… es igual: siempre se puede crear un ministerio del Amor, de la Utopía, o así y tener a Echenique haciendo ruedas por Moncloa de estatus de Superministro. Todo esto sin cargo a presupuestos, en fin, pero la autoestima que ofrece, aunque sea de juguete, es alta. La jugada es esa y sabe, en fin, que Pablo también lo sabe.
Se estira en el escaño ante el eco de las frases hechas del nuevo Churchill de la falsa derecha y concluye: ¿Nuevas elecciones? Entonces sonríe aún mas. Esa es la clave. El mismo Iglesias le dio la pista: «nunca serás presidente de España si hay otras elecciones». Claro, o sea… que sí, lo que pasa es que nunca lo serás tú, Pablo.»¡La izquierda perderá!», clama la contra propaganda indepe y nacionalista. No, Pedro se recuesta en el escaño y se relaja sabiendo que ha hecho la investidura completa: manos abiertas a todos los partidos-sin-principios del arco y desplante al único que los tiene pero que aún está muy verde. Aquel que le sirve de coartada ultraderechista. Mira a su Bego y sabe que están fuerte de sobra para unas elecciones que le pueden catapultar, no sólo a la historia, en que ya está desde la moción, sino al Olimpo de la izquierda española.
Se regodea con su último pensamiento: golpe a Podemos y acariciando la Absoluta. Votad, votad, malditos, está a un movimiento del mate.