“Que si bien se considera Virgen pura y excelente,Vos en Madrid solamente fuisteis la imagen primera que reverencio su gente.”

Nueve de Noviembre y día grande en los gélidos Madriles. Festividad de Nuestra Madre que en este «poblachón manchego con pretensiones» viste su advocación mariana como Nuestra Señora de la Almudena. Nuestra María se luce así con un nombre cuya primera sílaba empieza por «Al», prefijo de lengua infiel en espera de conversión. Y es que Madrid, antes de desarrollarse en «los Madriles», ese nombre acogedor por castizo, canalla y cheli, era nada más y nada menos que «Mayrit«. Vocablo que parece propicio para ser pronunciada por un nacionalista catalán y que parece se forma entre la palabra “Maǧra”, que significa cauce o curso de agua, y el sufijo romance “it”, que indica abundancia, conformando así el significado de “lugar abundante en aguas”, clave para entender la capital. 

Porque en aquella época, allá en el 856, nuestros Madriles eran eso: una fortificación árabe edificada sobre corrientes hasta que, el 9 de noviembre de 1085 ya con la llegada de «los Alfonsos» cristianos, en este caso el número 6, unieron agua con fuego en silex forjando así el definitivo lema de la capital: «Fui sobre agua edificada, mis muros de fuego son».

En esa fusión de pasiones, naturaleza y lucha, se produjo el Encuentro. No es que se encontrase a Nuestra Señora, sino que Ella misma se dejó encontrar, en perfecta dialéctica de la Gracia. Fue cuando, tras el paso de la procesión cristiana, dejó derrumbar parte de la muralla de la Al-mudayna para descubrirse la Mujer con dos cirios encendidos. Los mismos cirios con que fue protegida por los visigodos en el desaparecido «Matrice».

Así nos conoció Nuestra Señora, ni más ni menos, adoptando una advocación que en sí hace del árabe «Al», conversión y ejemplo de inculturación, seña de identidad de los imperios generadores. San Pío X la declaró en 1908 patrona de Madrid por Soberano Decreto y su talla se encuentra en la Catedral de Santa María la Real de La Almudena. Catedral imponente en el exterior y con discutible decoración por dentro – opinión estrictamente personal que ruego no se me tome en cuenta- por lo que yo siempre paso directamente de la admiración de sus puertas a la cripta.

Celebraremos este Encuentro con misa en una Plaza Mayor de procesión, pueblo y prohombres. Dedicandome a rezar paseando entre la periferia hacia el arco de Cuchilleros, al cobijo fantasma de la carnicerías y panaderías bajo la mirada del caballo mudo de un Felipe III que, como siempre, va a lo suyo. 

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