Entramos en un finde ventoso con un marzo que marcea preparando su luna llena. En Madrid fue viernes de cuaresma sin ayuno, vermú con abstinencia, Jesús sin besapié ante colas de la España devota en laberinto por las letras y su barrio. Finde donde la última legislatura de la Tercera Restauración entrará en su primera orgía ideológica que promete ser un desfile a lo grande.

El gobierno se vestirá de morado fashion con la señora de Iglesias en fila de pancarta para empoderar a las niñas a que vayan solas y borrachas a casa. El nuevo poder se estrena en la calle con su áurea ideológica en vanguardia de feminismo en primera línea y  con la agenda 2030 en retaguardia. Dos-ministerios-dos que gestiona una misma famiglia sirviendo como tenaza propagandística a la década ominosa. No le regateamos ningún mérito a la familia Iglesias en su consecución de la vocería de una nueva era. Dos tipos listos que enmarcan las ideas de un gobierno globalista y que asumirán su gloria o desgaste.

Propaganda en exclusiva de pareja que tomó el relevo hace semanas desde la señora Celaá desvelando aquello que «los hijos pertenecen al estado». Los hijos del pueblo claro, no los suyos ni de sus compañeros de gabinete, que naturalmente van a colegios privados de punta en blanco y nunca van a sufrir un taller de esos donde viene un tío con barba vestido de Blancanieves explicándoles cuentos para no dormir. Celaá no hizo más que descubrir que el Estado adopta a los hijos de los españoles que ni se pueden permitir ser libres, ni ganas de intentarlo. Desde la declaración de esa triste obviedad, la señora Celaá tiene un perfil más bajo porque no puede competir con Ms Iglesias en su labor de ideas lanzadas así a lo bruto.

Saben que la legislatura se sostendrá, entre otras cosas, por los desfiles propagandísticos de género como el comunismo ocultaba su ruina en la plaza roja con un ejército imponente. Marzo con el feminismo y junio con la gay parade son las piezas clientelares con la que intimidar a un pueblo ya tan subvertido. El tema es celebrar e intimidar a una población que gustosamente ha donado su alma, sus hijos y herencias al Estado. Ya se lo echarán en cara en una generación. No lo duden.

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