Estamos viviendo una situación extraña, muy extraña. A veces parece irreal, como una pesadilla que no nos acabamos de creer. Nos invade una mezcla de sentimientos que van desde la inseguridad al temor pasando por la desconfianza. Realmente ni sabemos lo que pasa, ni tenemos ni idea y delegamos nuestra preocupación a la opinión de políticos y medios, aunque sí que vemos las consecuencias en entornos cercanos.
Entre todo este cocktail de impresiones uno puede caer en el desánimo, producto del miedo inducido al que se une ese cáncer de la sociedad moderna que no es otro que la «soledad forzada». Soledad, producto del llamado «progreso», que no sólo mata en residencias de abandono, sino que nos hace ver las cosas mucho peor de lo que son al no poder compartirlas con una compañía querida.
Todo esto es comprensible y normal, pero no hay que ceder a tal instinto. La vida es por acción y definición: trágica, dura y sin sentido. No hay que escandalizarse de estos adjetivos ni nos deben de sorprender. La vida genera sobre todo dolor y es parte de una Realidad, palabra mayúscula, a la que ni siquiera tenemos acceso. Cuando decimos que las cosas «van bien», realmente no van tan bien como parecen pero, cuando acontece un drama como el que estamos viviendo, lo recordamos idealizado como un vergel.
Ni una cosa ni la otra. La situación real es que, siempre, no tenemos más opciones que vivir lo que nos toca en el momento que nos toca. Ni más ni menos. No importa lo que ha pasado hasta ahora ni sabemos lo que pasará mañana. Nuestro poder y fuerza es, como ya sabían los sabios antiguos, navegar como héroes en las aguas que nos ha tocado en suerte y de ese esfuerzo por vivir, hacer Sentido de la vida. Ojo, Sentido que hacemos nosotros con nuestra lucha dejándose inspirar por Dios. No hay más. Ni menos.
Aquí no debe desanimarse nadie y no hay más camino que bregar con alegría en esta odisea que, por otro lado, nos está ofreciendo tanto para aprender. El corcel más rápido hacia la perfección se llama sufrimiento, como nos dicen los poetas, cabalguémoslo con la frente alzada y sobre todo sin miedo. Pues no hay peor que vivir con esa eutanasia diferida del miedo.
Porque, si lo pensamos fríamente, no hay nada que perder: más vale morir libre, sonriendo y despierto que perder la vida siendo pasto del destino, las dos formas únicas con que se ofrece para todos el finale de la historia. Ahora y siempre, antes o después.
Quiero dar un abrazo a todos los que, sufriendo, siguen adelante aguantando soledad y miedos. Como los buenos toreros que, aparte de las distracciones de la plaza, se concentran en lo que se tienen que concentrar: la postura y el toro. «Hay que torear como si no se tuviese cuerpo», decía el maestro Bienvenida.
La vida responde al que la ama así como la muerte respeta al que la encara.
Ánimo, abrazos y adelante. Viva la Vida.