Pocos preveían las consecuencias del abrazo del oso que, en Madrid aconteció hace unos días. El oso Sánchez diventó lobo y la cándida Ayuso se descubrió en Caperucita. Roja de capa y abanderada de símbolos se dejó seducir, inocente, por un galán que la miraba seductor y asentía atento a todo.
Caperucita Ayuso, heroína en la primera ola y de camino al ocaso en la segunda, estaba solita frente a miradas rapaces de un presidente depredador y la mitad de su partido que, de la misma guisa, ya prevé como se la come cruda. No ha pasado ni una semana para ver el enésimo bochorno de ayer a la hora del Ángelus cuando, a doble pantalla veíamos hacer publicidad y contrapropaganda entre peones del juego.
El simpat Illa se contraprogramó para echar el órdago a todo, sin siquiera decir mus. Jugada ésta que, como mandan los cánones, se hace siempre sin tener nada pero cuenta con la ventaja de una intimidación que otorga la victoria. Mayormente porque la otra mano tiene poca jugada y menos huevos.
Ni Madrid se puede cerrar ni las medidas de Caperucita, valen para nada. En un juego de golfos sin nada que ofrecer, el que corte antes se lleva todos los amarracos y ésta vez, como todas, el rey del juego gana por listo.
Entre malos y estúpidos, se encuentran mirones que tosen en los vértices del tablero. Es el pueblo, ese entre bipolar, de dualidad frentista que busca alinearse con uno u otro jugador para buscar un apoyo que le dé identidad. Es el sujeto que más pena da en esta partida. A cierto punto, ambos jugadores le miran para pedirle que invite a algo.
Y, naturalmente, lo paga todo.