Llegó el temido Octubre. Con previsión de dos lunas llenas y pólvora desde una historia de revolución repetitiva. Llega tras el ya olvidado veranillo que culmina un septiembre colegial y fallido, ambiguo de temperaturas que provocan una confusión catarril.

Entre San Miguel y los Ángeles Custodios se cuela un mes que empuja una caída de Madrid en plazo de horas con decretos de ratios móviles y cifras nefastas. Entre un lobo Sánchez y una Caperucita Fatal Ayuso surgen dos farsas complementarias que arrojan a un pueblo cateto y con gesto de abuelilla a merced de algo tan peligroso como «sí mismo». Madrid se encierra en un candado imposible cuya efectividad sólo funciona por la clave de todo este año: la intimidación psicológica e ignorancia de no saber en realidad de qué va el tema. 

Me temo que Ayuso firma su defunción política desde su insistencia en pleitear por pleitear. Las cifras son y serán malas aunque se brinde desde las terracitas del barrio de Salamanca y alrededores de Génova los mantras del «no hay mal que por bien no venga». Desde la torpeza de unas medidas que no funcionarán y, lo que es más triste, que aunque funcionaran no tienen vitola de éxito. El pulso se ha perdido y octubre traerá más confinamientos a provincias. 

El tiempo ha cambiado y el viento ruje por las noches la canción del «winter is coming». 

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