El desarrollo político de la llamada «pandemia» u ‘operación Covid» en España, abarca muchos niveles. Su desarrollo tiene un horizonte: el año 2030, agenda que ostenta el vice camarada Iglesias. Es una década, que será llamada por la historia con diversos calificativos y que desembocará en catástrofe.
Así, esta semana ha sido la de la confirmación de presupuestos. Primera bala de una legislatura de ruleta rusa al estado. Aunque tienen años y balas suficientes para finiquitarlo, se tomarán su tiempo al no tener prisa; si bien el Estado en sí ya está muerto, conviene mantener en pie su cadáver por una cuestión de gestión de herencia.
El último capítulo es la declaración de Madrid como paraíso, fiscal por lo menos, en palabras de un renegado de segunda generación. Como uno de los muchos que hemos tenido en la historia patria, por otro lado. El tipo sin raíces ni infinito, huérfano de moral y linaje que, por un plato de lentejas, vende alma y biografía a sus señoritos. Sin vergüenza y con descaro realiza la misión exigiendo, a saber, que a su causa no la toquen y que se reorganice el mundo a su conveniencia e interés.
Bueno. Que una tierra haya forjado espíritus así es grave, pero no mucho, si tenemos en cuenta la inflación general del resentimiento que se da por estos lares. Pero lo que es más grave, no es sólo que se de luz pública con ese descaro, si no que se acompañe con un apoyo mediático.
Que simplemente se sugiera el cambio de política de una comunidad para beneficio de otra que, por cierto, está en contra de un sistema político conjunto al que se quiere destruir, cuyo proyecto político es mentalmente egoísta e insolidario con el resto y espiritualmente tan miserable por racista antiespañola… es algo que solo se da aquí.
Su publicidad, apoyo y consumación de tal propuesta demuestra la muerte, de hecho, de un engranaje apto para la disolución de la convivencia de un país.
Lo único cierto que queda de todo esto, es el protagonismo de Madrid como bastión y resto útil de lo que queda. La confirmación que Madrid es, como decía Ayuso, algo más que una comunidad. El resto, más o menos habitable, de un país directo al suicidio.
Con todos los errores que haya podido hacer la presidenta Ayuso, no sólo ha conseguido sobrevivir a Génova, sino al gobierno estatal. Desde aquí, como vecino de Madrid, animo a que inmediatamente se convoquen elecciones a la comunidad.
Es la última ocasión de plantar cara aunque solo sea por forjar una mínima barrera independiente frente a lo que, inevitablemente, está por caer. Sabemos que la inercia de la historia está vista, que ser optimista es ilusorio, pero que si que se puede ganar algún tiempo que será valiosísimo a la hora de plantar cara.
Es una década prebélica y estamos perdiendo. Por lo menos que no nos pasen por encima.