Esta noche se encarna el Verbo y será recibido con alegría. Mucha alegría. Todos tenemos el corazón roto, en diferente nivel, pero es incomparable al dolor que ese Niño trae consigo. No fue aceptado por el mundo: ni al principio, ni al final, ni se le permitió «dónde recostar su cabeza». Sin embargo hizo de la Historia el grito desgarrador de una Victoria, cuyo eco nos acompaña hasta la muerte. 

Por ahora, en este valle de lágrimas, sufrimos, luchamos y sonreímos con la certeza de una Salvación. Hoy la Buena Nueva se celebra en una mesa sin restricciones donde, junto a los presentes, se unirán todos los nuestros que en comunión, nos esperan allí, más allá del tiempo. 

Quiero extender la felicitación a todo el prójimo desconocido de Buena Voluntad; sean estos los que no creen en nada, los que creen en Papanoel, caso aún más grave, los que dan la brasa diciendo que «no hay nada que celebrar», a los sobradillos que celebran la Navidad en agosto porque están «iniciados» o son muy listos… En fin, una muestra patética con medida ejemplificadora a los que tiendo la mano con los que propongo incrementar mi paciencia y galones para lograr la salvación. 

Porque a los otros, a los míos, no hace falta más que enfatizar mi amor sin mérito. Ya suficientemente empalagoso y besucón pero entrañable que se me acepta siempre con tanta comprensión. 

Pero recuerden todos que esta noche o hay alegría o no hay nada. No tengan miedo al futuro ni nostalgia del pasado. La vida es una carrera de fondo que se pasa demasiado pronto y dónde tan solo hay que pedir recomponer un corazón que, a imagen y semejanza del Creador, volverá a ser compacto.

ET INCARNATUS EST

FELIZ NAVIDAD

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